SÓLO ELLA, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
No paramos, nuestro río tiene el cartel de completo, la Plaza es un vivero de turistas, los conciertos tienen la llena, y eso todo en medio de los tan seguros como peligrosos miedos que nos sobrevuelan: olas de calor convertidas en fuegos devoradores de nuestros bosques, la pérdida del valor del dinero y por tanto nuestra mayor pobreza, la no sé cuántas olas de COVID, la guerra haciendo sonar sus espantosos y trágicos ruidos, con los problemas sociales que acarrea todo esto.
Y como ya hemos dicho, en medio de esto, todos danzando como si nada pasara, es la gran estampida del verano del bicho humano que no renuncia a la vida, que se aferra más que nunca a ella, y que ahora chapotea con más ganas si cabe que nunca en medio de la cenagosa charca mundial que lo zarandea sin saber cuándo y cuánto lo va a embarrar, ni dónde ni cuándo le estallará.
Y a pesar de todo ello, ahí estamos, divirtiéndonos de la manera quizá única que podemos hacerlo, ignorándolo y tratando de tener los días distintos, a ser posible más distintos que nunca, aunque sobrevuelen los monstruos más intimidatorios que nunca en medio de la danza que nos traemos y aunque no dejen de estar presentes apareciendo a fogonazos que nos sobresaltan. Pero incluso para esto hemos encontrado un antídoto lo más perfecto y bello que uno se puede imaginar, pues la noche del jueves pasado cuando sonó la Orquesta de Cámara del Casino de Salamanca con las melodías tan conocidas como las bellas películas a las que pertenecían, no había nada bajo el cielo que pudiera con ese momento de felicidad que envolvía a todos los presentes de la Plaza Mayor de Ciudad Rodrigo.
Fue un maravilloso paréntesis para la memoria de todos los monstruos que nos afrentan, y que en aquel momento dejaron de hacerlo para dar paso a la alegría que la música nos regalaba al instalarse entre nosotros. Ya sólo ella, adueñándose de nosotros sin pajarracos asustadizos, nos regalaba la felicidad a raudales y ganas muchas ganas de vivir.