Estaba
sentado junto a la calzada, en uno de esos bancos de forja y madera
rústica diseñados, más que para descansar, para envejecer. Invisible.
Lulú depuso sus intimidades con cierto descaro junto al tronco de un
sauce llorón que sufría de soledad. La dueña, muy suya, tiró de la
correa ajena al pantallazo que recogió la instantánea de su reprochable
actitud. Si la muestra es el botón, no quiero pensar en las enaguas de
sus adentros. Prefiero no mirar.