La
gélida sala aguarda entre la espera de la desesperación y la
esperanza de lo humano del facultativo y lo divino de la paciencia. Un
cuerpo dolorido grita. Una ridícula bata arrastra la inocencia hasta
los pingajos de la poca dignidad desparramada en el reflejo del
terrazo. Miro a mi alrededor, nadie quiere verme. Suena el teléfono de
la ilusión. El pasillo se hace largo, frío y de un verde agrisado.
Suerte, dije confiado y la puerta se abrió de par en par.