Llueve.
La lluvia a un palmo cae con rabia, como si no lo hubiese hecho nunca o
le faltara tiempo. El agua torrencial se desliza por la pendiente de la
calle hacia el sumidero desprevenido. Los coches salpican las aceras
encharcadas desde la calzada. Un brinco, dos, tres... Nadie quiere
mojarse. Cierro los ojos y levito tras el telón del aguacero para
fundirme con el sueño crepuscular pero el tintineo del agua en los
cristales me desvela. Llueve, es otoño, antes llovía siempre en otoño,
pero ahora el tiempo se ha vuelto loco.