20 diciembre 2022

MAR DE RECUERDOS, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez

MAR DE RECUERDOS, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez

Es temprano, bastante, no me ha costado nada levantarme, me esperaba el festín que en la noche no pude acabar, terminar el último libro que leo de Luis Landero, titulado El balcón de invierno. Con él, ante mí, todo un mundo desaparecido ya, el de la España rural que fuimos y con ésta mucha parte de nosotros. Mundo muy relacionado y reconocido por mí, aunque yo me criara en un espacio urbano no en el rural, entrando con él de lleno también en esa parte sagrada de la vida que es la infancia, y comienzos de la adolescencia.

He transitado por parte de su libro, como si el que estuviera en él fuera yo mismo, pues mi abuelo materno, era eso, un rural puro, aunque algo desclasado por su actividad dedicada al trato, pero aun ya en la ciudad, es decir, en nuestro Ciudad Rodrigo, él tenía su tesoro, su huerta, y en ella los nietos todos éramos felices.

La forma tan sencilla como casi mágica del narrar de Luis Landero ha traído a mi memoria historias y desvelos de mi niñez, que estaban dormidas y que de no ser por él pudieran quedar enterradas para siempre. Lo cual es casi una mutilación, pues como bien dijo Unamuno (cito no literalmente) “cómo pueden vivir aquellos que no tienen los recuerdos de la infancia presentes”.

La infancia es el territorio vital, más sagrado del hombre, y al cual a medida que se avanza en edad se vuelve una y otra vez, y con más ansias, cuando más deprisa empieza a correr la vida, esto es, cuando ya empiezas a ser viejo. A ella retornas y en sus recuerdos te miras, y con ellos ahora empañas y endulzas los malos tragos de la vida, y con ellos también alegras como si fuera música los buenos, y en ellos además te arropas de los fríos vitales, y en ellos te refugias de los golpes de la vida.

El que ahora, leídos los libros de Luis Landero, qué maravilla lo que en ellos cuenta, con qué sencillez y con qué acierto nos muestra lo que quizá sea la vida de toda nuestra generación, recuerde y valore mejor todo lo vivido, hace de ello un tesoro que al aflorar con ese brillo me hace más completo y más feliz.

Recomiendo a todos que se acerquen a sus libros pero especialmente a los de mi generación, será para todos un sin fin de encuentros con nosotros mismos de lo más satisfactorio. Precisamente ahora están todos muy a mano en el primer escaparate de la Casa de Cultura. Con cualquiera de ellos acertarán.

Yo, aquí me quedo, en este teso en el que me ha subido el último libro leído suyo, El balcón de invierno, y desde el cual veo con más claridad y comprensión que nunca todas las historias de mi infancia y adolescencia que el libro ha hecho brotar y en las que ahora me estoy bañando tan lleno de avidez y alegría, con asombro y perplejidad entre las luces y las sombras de ese intenso mar de recuerdos.