Más
que por vieja, la muralla se cae a empujones y con ella el derribo de
parte de la historia o, lo que es peor, infancia, juventud y forma de
ser. Si entre pitos y flautas no permiten que la longevidad de nuestras
piedras se perpetúe dignamente, arrojemos al invasor al foso y
lapidémosle desde las cañoneras y las garitas electorales. Si no nos
representan tampoco nos merecen. Con los favores del Perdón ya
contamos, basta con mirar hacia otro lado.