Ese
viento helador de la sierra rasca los rincones del pueblo y la
desnudez de las calles inhóspitas. Los niños arrean el último frío del
desfile. Decenas de móviles inmortalizan simpatías del carnaval y el
sol, descojonado, no sabe dónde esconderse. La chocolatada aviva el
fuego del termómetro corporal y la fiesta se difumina con la charanga
para perderse por la avenida de la próxima celebración. Ahora suenan las
campanadas del reloj.