Del
árbol infantil cuelgan lágrimas de un rojo intenso apetecible. La niña
picotea el fruto con la delicadeza de un pardal y la fruta se funde
lentamente. Alguien mira la escena oculto tras la cortina y pinta en su
retina el boceto de un costumbrismo iluminado cuya intensidad va
difuminándose entre sonrisas.