14 marzo 2025

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (IV): LA POLINOMÍA Y LOS ALARDES VERBALES DE PATO TROMPETA, por Ángel Iglesias Ovejero

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (IV): LA POLINOMÍA Y LOS ALARDES VERBALES DE PATO TROMPETA, por Ángel Iglesias Ovejero - Ateneo Virtual Mirobrigense – Ciudad Rodrigo

Ángel Iglesias Ovejero
SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (IV): LA POLINOMÍA Y LOS ALARDES VERBALES DE PATO TROMPETA, por Ángel Iglesias Ovejero

El primer personaje citado en estas chuletillas “sin ética ni estética”, o sea, el Búfalo pelirrucio (I), ha ido revelando una variada polinomía, motivada por las gansadas que, con el apoyo de sus incondicionales, después del fracasado intento de apoderarse del Capitolio (2021), le han permitido asentarse en el trono de la Casa Blanca. Ninguno de sus fieles seguidores pone en duda el carácter sobrehumano del fenómeno, si no divino, después del milagro de su increíble cara dura, a prueba de balas. La capacidad de resiliencia del caradura, no se explica sin una ascendencia mitológica claramente relacionada con Proteo, divinidad que tenía la capacidad de transformarse (en animal sobre todo), y constituye un objeto de deseo para los profesionales experimentados en ejercicios camaleónicos (Iglesias, Diccionario, 2024: 525). Que un presunto golpista sea elegido, democráticamente, por un experimentado pueblo americano, para liderar “la cultura de occidente” solamente admite parangón en la vieja Europa con las aclamaciones del Führer alemán y el Duce italiano.

La teoría más prosaica y evemerista supone que, al menos una parte de su complejo sobrenombre, le viene de sus padres o padrinos, cuyo linaje nominal estaría enraizado en la ancestral y marcial andadura de las aves palmípedas, cuando desfilan fuera de los estanques, ritmada por cantos algo enmohecidos por los fangos nasales (kuang kuang kuang), en la fonética anglosajona. El filólogo, falto de imaginación o negligente, quizá lea en este sobrenombre una vulgar relación de semejanza con el francés tromper ‘engañar’ y el español trompazo. Esto, a su vez, lleva a pensar en la inevitable trompeta o pedorreta, que el personaje parece ejecutar con esa especie de bocina que compone en los labios, injertada en su anatomía desde la carrasposa garganta, y con la cual emite un sonido parecido al de aquellas trompetillas de plástico que los Reyes Magos dejaban a los niños huérfanos en los hospitales infantiles. Sin embargo, el motivo no puede ser más evidente. El nombre y renombre se los ha ganado el superhombre a pulso. A fuerza de mentir y desmentir (o sea, mentir al revés) el personaje, nominalmente, ha conseguido emular el apéndice nasal de Pinocho y apropiarse la trompa del elefante.

Con esta variedad de máscaras nominales afronta los más variados episodios de su plan de gobierno, que consiste en guiarse por caprichosas ocurrencias y en prometer a sus electores lo que estos desearían vivir en la realidad. Lo hace a sabiendas de que las promesas solo atañen a quienes se las creen (principio básico en la estrategia de los políticos de tres al cuarto), y por ello, ante los obstáculos, practica oportunistas retiradas, presentándolas como generosas concesiones propias de su innata bondad, al modo de (¡Quién lo pensara!) aquel “charro mexicano que era más bueno que el pan, aunque alguna veces por broma mataba”, entre otras inocentadas. A los yanquis imperialistas les promete poner a Canadá al final de la lista de los Estados Unidos y, ya iniciado el programa expansionista, continuar con la anexión de Groenlandia. Son inmensos territorios que quizás pensaría deshelar con la importación del calor de los desiertos en el Oriente Medio, cuando allí se apliquen sus planes de paz. A los xenófobos se ofrece como valiente justiciero de la frontera, capaz de echar a los chicanos por donde llegaron, para que dejen de introducir marihuana e inmigrantes hambrientos, que se añaden a los que ya perecen por falta de cobertura sanitaria en el “sueño americano”. A los sionistas les garantiza ayuda en su defensa y expansión, a pesar de que ellos, sin haber cumplido nunca las disposiciones de la ONU y con el triple pretexto de que, por ser el pueblo preferido de Dios, de tener posibles antepasados sacrificados en el Holocausto y de defenderse de los ataques terroristas, practican el terrorismo de estado y aplican la ley del talión, multiplicada por cien, contra la indefensa población gazatí, a falta de neutralizar a los verdaderos culpables. El hermano americano colabora en el remate de la faena, previendo el envío de este pobre colectivo humano a vivir en el desierto. Así quedaría libre otro paraíso turístico a la vera del Mediterráneo, para que allí pudieran instalarse quienes no saben qué hacer con los petrodólares.

Si las amenazas verbales (“Les vamos a subir las tasas”) y la exhibición de pistolas no surten efecto en sus interlocutores, empezando por los de su país, donde están a la orden del día los homicidios vinculados con la posesión incontrolada de armas, se arremanga y, con la voz trompetera, de medio lado, anuncia la demora condicionada del castigo: “La subida de las tasas la podemos dejar para más adelante, pero a ver si me dais el Premio Nobel de la Paz”. Al enterarse de que este campeonato académico se declina en el norte de Europa y algo a desmano de su amigo el Oso euro-asiático, el Búfalo se queda perplejo y desarmado, porque parece ser que ahí se encuentra la verdadera clave predestinante de todo el andamiaje nominal. El gran hombre intuía que sus bufidos lo asignaban al dominio semántico de la fuerza propia del búfalo, pero no podía adivinar que esta forma lo asociaba también con la vocación del bufón, propia de subalternos y no de quienes se rigen por la ley del más fuerte. Él se considera el más fuerte de los más fuertes, aunque a veces, en la intimidad se deja fotografiar ataviado de pompón girl y emulando las atrevidas posturas de las deportistas de la gimnasia rítmica, con una gracia comparable a la de una elefante con la trompa para abajo y las patas para arriba.

Míster Búfalo, confiando en sus amistades particulares con el Oso, sigue todavía empeñado en alcanzar el ansiado galardón, pero no sería el primer prohombre a quien le saliera el tiro por la culata. Manuel Godoy, favorito del rey Carlos IV y, según dicen, sobre todo de su esposa, recibió el título de “Príncipe de la Paz”, por haber firmado la paz de Basilea entre la República de Francia y la Monarquía de España (1795), que puso fin a la ocupación francesa del País Vasco, Navarra y Cataluña. Como ya tenía el cargo de almirante, se le ocurrió aplicarse un dicho que celebraba el ascenso del personaje en la jerarquía social, pero se prestaba a una lectura equívoca: Por delante, almirante; / por detrás, Príncipe de la Paz (Iglesias, Diccionario, 2024: 342).