CACOFONÍAS DE HIPÉRBOLE, por José Luis Puerto
Vivimos socialmente en la hipérbole, en la exageración continua, en las declaraciones públicas que no se contienen, que lanzan la lengua ante los micrófonos a muchos paseos innecesarios y estériles.
Los personajes públicos, que tienen una responsabilidad ante toda la sociedad, tendrían que contenerse, ser prudentes. No todo vale. Los exabruptos crean crispación en la sociedad y terminan desmoralizando a una ciudadanía que demasiado tiene con tratar de llevar una vida digna.
Una vida esforzada, sacando adelante a la familia, tratando de educar a sus hijos, intentando –tantos que carecen de ella– adquirir una vivienda que, ay, hoy y desde hace años ya, se ha convertido en un bien que tendría que ser social y que se ha sometido a la especulación para enriquecerse.
Pero estamos atacados por los gritos, por las hipérboles, por las banderas y las banderías, tan estériles en tantas ocasiones, cuando no arriman el hombro a mejorar la sociedad, a que el bien común sea el eje y el horizonte que impulse cualquier acción pública.
Y se nos somete a todas horas a esas cacofonías de los insultos y las descalificaciones, soeces y barriobajeras en tantas ocasiones, por parte de aquellos a los que se le supone una educación (que tantas veces brilla por su ausencia) y una responsabilidad por desempeñar cargos públicos, a los que siempre se les tendría que exigir el ser ejemplarizantes.
Mas la ejemplaridad supone altura de miras. Y, en nuestra sociedad, predominan los vuelos rasos, rastreros, de quienes se regodean y se escuchan cuando hablan en público y dicen barbaridades.
Porque, bien mirado, la ciudadanía, la mayor parte de ella, no es así. Es educada, respetuosa, cívica, trata, con su actividad vital diaria, con su esfuerzo diario, de mejorar el ámbito de los suyos y, a partir de ello, de todo el país.
La crispación es antisocial, es antiejemplar, es perniciosa para cualquier perspectiva del bien común. Y esas cacofonías verbales, esas hipérboles y exabruptos gratuitos y fuera de tono a todas horas son desmoralizantes para una perspectiva humanista y civilizada de país que nos merecemos.
El grito, el insulto, la hipérbole… y todo lo que ello trae, de exclusión de los otros, de agresión hacia los otros, de negación de las perspectivas de los demás nos llevan a continuos callejones sin salida.
Y habría que levantar la voz para poner en pie y sobre el tapete social las perspectivas de la fraternidad, de la concordia, del entendimiento, de arrimar cada uno el hombro hacia la perspectiva de bien común siempre, desde ese pequeño territorio en el que le esté tocando vivir.
Habría que apelar más a una ética de la responsabilidad, de la prudencia, del bien hacer, de la confianza…, en las escuelas, en los foros públicos, en los medios de comunicación, en todos los ámbitos de confluencia de la ciudadanía…
Solo así nos humanizamos y nos salvamos todos y cada uno de nosotros. Solo así tenemos sentido.
