¡QUÉ ESPANTO!, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Estoy sentando tranquilo en un banco del parque, cercanos a mí, tengo una pandilla de jóvenes que hablan entre ellos. Sin querer me entero de todo lo que parlotean y de qué hacen. El asunto va de política y del ataque directo a Sánchez porque trae emigrantes, que según ellos no trabajan. Lo dicen seguros, y además como con algo de resentimiento hacia ellos, están claramente influenciados por la parcial y belicosa información de una parte muy importante de las redes, de las cuales ellos no salen, y por tanto, a través de éstas ven el mundo.
Me gustaría entrar en la conversación, pero mi sentido común me dice que es ir a una muralla infranqueable, dado el constante bombardeo que reciben sus cerebros. Escucho el que no trabajan, roban, y encima les dan una paga viendo como les sirven de disculpa para vaciar en todos ellos sus frustraciones, que no son pocas, dadas las situaciones precarias que afrontan en trabajos y viviendas. Pero qué doloroso ver la carencia de un mapa guía que los sitúe contra quienes y a quién tienen que dirigir las iras de sus frustraciones y con el que seguro que se encontrarían nada menos que con los que alimentan sus interiorizadas frustraciones, y los cuales se guardan de disparar contra quienes provocan este mundo caótico y peligroso que no ha hecho más que nacer y ya ha sembrado, no solo en nuestro solar patrio, si no por todo el mundo occidental, que no es que fuera un oasis (el mundo nunca lo ha sido), pero sí al menos existía en él un respeto por las reglas, y un acierto en la búsqueda de los orígenes de los problemas.
Durante su conversación me entero que algunos tienen títulos de ciclos de hasta 5 años, no sé si son estudios técnicos puros y duros, pero sí sé que hace mucho que los planes echaron por la borda los estudios de humanidades. Así, ahora, todo son facilidades para los verdugos que provocan sus problemas, y con ellos, sus desencantos que están debidamente emboscados y guardándose mucho de que sus poderosas herramientas no sirvan para abrirles los ojos, si no más bien para cegarlos, para que así sus iras disparen sin ton ni son, contra esos pobres jóvenes machacados por nuestros intereses en su África natal, después de jugarse la vida y trabajar aquí en lo que ningún español quiere hacerlo, viéndose despreciados y siendo carne de cañón de todo el odio que genera la situación actual en nuestro occidente, cada día ya más en manos de hombres ávidos de riqueza y poder, a los que todo les vale con tal de obtener las cosas.
Pensé sentarme con ellos y hablarles, pero me pregunté ... ¿para qué? Para sumirlos en un estado más triste y más grave, en el caso de que conserven la capacidad de escuchar.
¡Qué pena! ¡Qué preocupación! ¡Qué espanto!
