A una hora tan poco convencional como las 7 de la mañana, el ministro Bolaños ha dado una rueda de prensa en La Moncloa para anunciar, con su rostro imperturbable, que Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno y Margarita Robles, Ministra de Defensa, han sido espiados a través de sus teléfonos móviles dentro de la trama “Pegasus” que, hasta hace pocos días se la vinculaba, exclusivamente, al espionaje independentista catalán.
La sorpresa ha sido mayúscula y a los adormilados periodistas seguro que les ha servido no sólo para espabilarlos sino también para sobresaltarlos, como si de una tormenta se tratara.
A mí, francamente, ya curado de espanto, no sólo no me ha sorprendido, sino que me ha confirmado que estamos viviendo unos momentos realmente insospechados y posiblemente irrepetibles. ¿Cómo si no puede entenderse que quienes son sospechosos de realizar el espionaje se conviertan de la noche a la mañana, y bien de mañana, en víctimas de dicha maniobra?
No he podido menos de recordar la obra de Quevedo “El alguacil alguacilado”, en la que, como es sabido, el malévolo Calabrés trató de exorcizar nada menos que al diablo para evitar sus fechorías y, claro, salió trasquilado, por eso se denomina también “El alguacil endemoniado”. Y es que en la Basílica madrileña de San Pedro Mártir, donde se desarrolla la trama y, a pesar del gran poder de la Iglesia, el diablo, según Quevedo, tiene gran parte de razón y no puede el retorcido sacerdote Calabrés con él.
Si todo ello se desarrolla a principios del año 1600, aunque no se publicase hasta 1627, por temores del propio Quevedo a represalias, ¿qué decir cuatro siglos después?. Desde luego, las semejanzas son fáciles de encontrar. En primer lugar, el espionaje se realizó en el año 2021 y desde luego se sabía hace días como la propia y competente Margarita Robles anunció en el Congreso, cuando señaló que habría sorpresas cuando se supieran detalles y víctimas del espionaje. Esto es, al igual que Quevedo, ha habido temores a hacerlo público. Y si el demonio tiene razón ¿quiénes son los ingenuos que se creen la versión o versiones oficiales? Y, en definitiva ¿quién hace de Calabrés en este endemoniado, y nunca mejor dicho, episodio? Lo que sí parece claro es que la mejor forma de escurrir el bulto es hacerse la víctima, como ha hecho el Ayuntamiento de Madrid en el escándalo de las mascarillas. Ahora, sin embargo, no sabemos si el Gobierno hará lo mismo, pero lo que parece evidente es que el alguacil, que tiene por cometido el poner orden en la plaza, está siendo arrastrado por el desorden que pretende cortar o eliminar. Cosas veredes.