04 mayo 2022

UNA ISLA DE PLACER, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez

UNA ISLA DE PLACER, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez

Vivimos en días de paréntesis enlazados unos con otros, seguidos, la crisis económica, la pandemia, y ahora la guerra, y no una cualquiera, sino una que puede llegar a hacerse como mínimo europea, mientras en casa avanzan las fuerzas de ultraderecha apoyadas en los desencantados y desinformados ciudadanos, resolviendo estos con máximas de brocha gorda envueltos en mucha, mucha bandera. Todo ello en medio de días primaverales rotos por otros que pertenecen a esos días de otoño que parecen anunciar el invierno, conteniendo ellos mezclas de nieves y calores que no son ni de otoño ni de primavera.

Y en estas estábamos, en medio de este desnortado y preocupante vivir, cuando aún las ganas de vivir, pues eso es precisamente lo que nos arrastran a actos vitales que nos quieren reafirmar en la normalidad, como es por ejemplo asistir al concierto del sábado en el Teatro Nuevo a cargo de la Banda Sinfónica de Arroyo de la Encomienda. Y en él ésta sonó, y no lo hizo con temas conocidos, sino con músicas de músicos de Castilla y León, que mira por donde, sin haberlos oído nunca resulta que ningún sonido de ellos nos sonaba desconocido, y es que quizá sin saberlo la identidad está dentro de nosotros. Las dulzainas se elevaron y se hicieron dignas de una sinfónica, los sonidos de Castilla 1521, siendo la primera vez que eran por mí escuchados eran sentidos como conocidos; en la pieza La Ruta del Cid, el cabalgar de este se hacía presente en el ahora y al sonar el alborozo de su entrada en Valencia como reciente y nuestro. Todo dirigido por un director, Diego Cebrián, lleno él mismo de elegancia y armonía como los compases de la música que bajo su batuta en la sala flotaban, y que eran percibidos por los asistentes con sorpresa, alborozo y alegría como demostraron con sus prolongadísimos aplausos, y las caras gozosas al terminar que duraban a la salida del concierto.

Vamos, que consiguió la música hacer presente los valores mejores de esta; sentir lo que quizá no se puede expresar en palabras al paso que nos llevó a soñar y a ser felices.

Qué más se le puede pedir al concierto que por sí él sólo consiguió hacer su propio paréntesis abriéndose paso en medio de todo lo que encierran los otros señalados, y transportarnos a un mundo con raíces e identidad, las nuestras, las castellano leonesas, y estas envueltas en músicas identificarnos y disfrutar, haciendo un todo envolvente mágico en la sala, con lo que convirtió a esta en una isla de placer en medio de los inhóspitos días que contienen encerrados los paréntesis del mundo de hoy.