DESCENSO HASTA EL PRODIGIO, por José Luis Puerto
Uno de estos pasados días, nos adentrábamos por tierras zamoranas, en busca de distintos tipos de tradiciones orales, para trabajos que estamos realizando, uno de ellos vinculado con la CELe (Cátedra de Estudios Leoneses, de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de León).
En nuestras andanzas e indagaciones rurales, buscamos esas huellas de la cultura campesina, tanto materiales como inmateriales, con vistas a entenderla mejor y a dar noticia de un patrimonio que parecería que el viento de la historia y la incuria humana están terminando con él y lo están arrasando del todo.
Y, en esa búsqueda, la principal fuente de información es el ser humano, son los propios campesinos, que han vivido un tipo de cultura muy valiosa y hermosa, y que guardan memoria de ella y, hoy, también, una cierta melancolía, marcada por tantas pérdidas (despoblación, desatención, envejecimiento y muerte).
De ahí que sean, hoy más que nunca, los ancianos ese último eslabón de la memoria de esa cultura campesina, realizada por las gentes anónimas, a lo largo de generaciones y de siglos, que tiene hitos de una gran importancia en todo tipo de campos: la religiosidad y las creencias, los modos de edificar y de habitar, como también los de vestir y alimentarse, los modos de celebrar y de trabajar…, y, en definitiva, todo lo que constituye la vida de una comunidad humana.
En nuestras andanzas zamoranas, en la variada área de la carretera de Benavente a Puebla de Sanabria; en ambas márgenes, en un sentido amplio, del transcurso del río Tera, recorriendo parte del valle de Vidriales, de parte de la Carballeda y de la propia Sanabria, así como de áreas de la Sierra de la Culebra –tan devastada por los incendios, debido a lo cual llegamos a ver varias pancartas vecinales reivindicativas y también de queja y de dignidad–, recorriendo tales áreas, nos fuimos encontrando, en tal descenso, con lo prodigioso que es el patrimonio de nuestro mundo rural.
Iglesias, ermitas, dólmenes, bellísimas muestras de arquitectura popular, perspectivas paisajísticas variadas y sorprendentes…, todo un mundo que merecería la pena pormenorizar y guardar en la memoria colectiva de todos, creado por el ser humano, creado por nuestras gentes campesinas a lo largo del tiempo, desde la prehistoria casi hasta hoy mismo, y que está ahí, esperando nuestra atención, nuestra valoración, nuestro cuidado, para que las huellas de nuestra cultura campesina, enraizada y forjada –tal y como hoy la conocemos– ya desde tiempos medievales, pero con raíces en el mundo prehistórico (los dólmenes, por ejemplo) y clásico antiguo (las arqueologías romanas), no se pierdan ni caigan en el olvido, debido a nuestra apatía y nuestra incuria.
Uno de estos pasados días, descendíamos hasta el prodigio de nuestra cultura campesina, transitando por unas áreas de la provincia de Zamora, en busca de tradiciones orales.
Lejos de las masificaciones turísticas y vacacionales, lejos del ruido de aviones y motores de todo tipo, pero mucho más cerca de lo que es el alma del ser humano, ahí, a nuestro alcance, están esas valiosísimas manifestaciones de nuestras culturas campesinas, de las que parece que estuviéramos a años luz, debido a nuestra apatía y a nuestra incuria.