I. UNA TARDE EN EL BUEN TIEMPO, por Clara Blázquez Sánchez
Con la pequeña herramienta
de la carterilla de plástico,
que colgaba bajo el sillín,
giramos tuercas
y aflojamos tornillos
para devolver a los ruedines
la seguridad
que me habían prestado
por algún tiempo de la niñez.
Quité la pata de cabra
con decisión.
las sandalias titubeaban
al subirse a los pedales;
risa nerviosa escapaba
por el hueco de algún diente
y una voz atolondrada, decía:
–¡no me sueltes!
Caminabas a mi lado
sosteniendo la bicicleta.
Aceleraste un poco los pasos,
el traqueteo del manillar,
una pequeña carrera
y me soltaste…
Dejando que me llevara
tu impulso de confianza.
Mis manos
apretaban con fuerza
los manguitos de color crudo.
Los pedales agarraron mis pies,
iban solos en un sueño,
mientras mis ojos
fugaban a un punto de la plaza,
tratando de llevar el manillar recto
y mantener el equilibrio en el aire.
¡Mira hacia adelante,
lo estás consiguiendo!
Mi BH granate y blanca
apenas rozaba el empedrado
con sus dos ruedas,
tenía alas cromadas,
¡volaba!
y yo iba en ella sobre el mundo
con mariposas en el estómago
y brisa sobre la cara.
Al final de la calle
había relajado los dientes,
me atreví a soltar un pulgar
para escuchar el timbre metálico.
Apreté suave hacia mí los frenos,
y levanté algo de polvo
con las punteras.
Un salto feliz del sillín de cuero
para tocar el suelo
y sujetar mi bici, que orgullosa,
me dejó girar mi sonrisa
hacia atrás,
para encontrar tus ojos
entre aplausos emocionados
al principio de la calle.
Clara Blázquez Sánchez.
09/08/22