Me
senté junto al velador invisible. Sobre la mesa, un bodegón de verdejo
y verbena de mejillones. En la paleta, policromía de chiringuito
andaluz con aromas de manzanilla y “pescaíto”. Junto a la barra, hogar
del costumbrismo, despotrica el pueblo desconfiado. Desencanto. El bar
se calienta y los serpentines echan espuma por la boca. Si las barras
hablaran contarían más que las piedras. Se apaga la luz. Unos compases
de gaita y tamboril anuncian la Salve.