DESCENTRADO, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
El cielo estaba grisáceo, casi blanco, el mar calmoso, la gente tranquila, la casa con patio en el que juegan los nietos.
Los
ruidos no existían, el tráfico era mínimo, todo estaba envuelto en
tranquila paz, sin más ruidos que los de mis nietos, que como son los
míos, no me molestan sino que me alegran.
En
éstas estaba, disfrutando de una tranquilidad que tanto se agradece ya a
mi edad, con la cabeza puesta en la nada, y los ojos en lo distinto al
resto de los días, mientras escuchaba el susurro de los pinos, que los
aires bamboleaban con suavidad, y luego, en la playa, las gaviotas.
Cuando iba sintiendo la brisa en mi
rostro, las olas, más que romper, deslizaban, mientras algún velero
aparecía y desaparecía acunado por el mar.
En medio
de todo este estar perfecto, parece que nada más se necesita, y ya
ven, pues como que no, sentía el don_don de la campana con los vídeos
que me mandaban, y me puse nostálgico recordando los carnavales vividos
en la juventud, y como con ganas de estar allí, en los encierros,
naturalmente de espectador, dada mi edad.
No he
estado mal, como que he elegido bien, también para mis nietos que con
nueve años ni puedes llevarlos de la mano ni sueltos. Sin embargo, una
especie de pena me acechaba por estar fuera, y envolvía lo bueno que me
rodeaba como una calima borrosa. Ciertamente, estaba viviendo unos días
muy agradables al tiempo que deseaba estar en Ciudad Rodrigo, en una
situación descentrada que me desasosegaba y que intentaba espantar
jugando con mis nietos.