23 marzo 2023

AUTENTICIDAD, por Víctor Esteban

AUTENTICIDAD, por Víctor Esteban

La pasada semana los seguidores del concurso-programa “Pasapalabra”, vivieron el momento álgido de la consecución del bote de más de dos millones de euros por parte del concursante Rafa.

En contraste con esta alegría para el sevillano, que llevaba varios programas rozando el larguero en pos del éxito final, estaba su contrincante y a la vez amigo Orestes, que igual que Rafa llevaba una eternidad de programas con el objetivo de redondear ese “rosco” tan complicado de completar. Ambos rivales, pero a la vez compañeros, son dos personas muy diferentes en la apariencia que muestran tras las cámaras.

El vencedor parece una persona inteligente, seria y bastante equilibrada.

Por su parte, el joven Orestes es alguien fuera de lo común en muchos aspectos, entre los que se podrían destacar su inocencia y pureza. Es este último aspecto el que más comentamos en casa cuando vemos el programa; Orestes no parece inoculado por ningún virus de esos que la sociedad actual nos infecta con cotidianidad e impunidad. Orestes parece puro, inmaculado, casi virginal y estos rasgos lo hacían más humano que cualquiera y por eso quizá más querido y admirado. El burgalés parece vivir con una mascarilla que lo hace inmune a cualquier contaminación exterior maligna que la convivencia con la humanidad pueda conllevar. El participante de “Pasapalabra” solía tener la costumbre de hacer chistes –muy malos en su mayoría- y que a nadie le hacían gracia. A pesar de los sucesivos rechazos que recibía a su pésimo sentido del humor, el seguía siendo feliz y dando rienda suelta a sus impulsos de hacer un juego de palabras sin ninguna gracia, simplemente porque él era así y porque a él le gustaba ese juego más que a nadie. Cualquier persona común hubiera desistido de ese comportamiento impropio ante las cámaras de televisión ante tal fracaso humorístico.

Y es eso lo que más admiro en el joven Orestes, que a pesar de que parte de él no encaja en los estándares comunes de la sociedad actual, él consigue mantener su esencia y pureza ajeno a la polución social, la cual a veces es más nociva que la propia contaminación ambiental. Y eso en los tiempos que corren, en los que la pureza exenta de maldad parece ser un bien escaso, tiene un gran mérito y toda mi admiración. Orestes dijo al final, una vez perdido, “no tengáis pena de mí, yo ya tengo mi pequeño bote”. Y ciertamente que lo tiene y se llama autenticidad.


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