SOLEDAD RODEADA, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Es domingo, no uno cualquiera, a mayores
es el de San José, motivo por el cual yo no he ido de ruta. Estoy pues
en Ciudad Rodrigo, a la espera de la comida familiar que tendremos para
celebrar mi santo y el día del padre, salgo a dar un paseo por nuestra
ciudad, la de murallas adentro, la cual está llena de gente. Escapando
del gentío, me dirijo a la Batería, y desde allí me dispongo a
entretener el rato leyendo y disfrutando del espectáculo visual que este
mirador siempre ofrece, del cual guardo en mi memoria muchos días de mi
infancia, dado que a ella salíamos a jugar desde la escuela que tiene
pegada.
Todo ésto, un libro, un paisaje hermoso y un montón
de vivencias en el lugar, es más que suficiente para tener un rato
gozoso, pero hay algo que falta y es la compañía, aunque sea solo visual
de algún transeúnte que te traiga una vivencia común a ambos. Pues
bien, nadie en toda la mañana, la ciudad en los domingos es un vacío de
los suyos, en un punto en el que siempre hay con quien intercambiar
palabras o simplemente el recuerdo que nos provoca el verlo.
Y
sin embargo el entorno no transmite tranquilidad, pues es un constante
ir y venir de gente, y mucha, pero todo turistas, en parejas, familias
o grupos escuchando al guía sus explicaciones sobre el castillo, la
muralla o el puente, en un sitio tan nuestro a unos nada nuestros, que
me parecía como el tiesto que se le pone a una planta con la que no
encaja.
Ante este panorama me desentiendo de mi yo interno,
formado por recuerdos personales, y me dedico a observar el presente,
que es algo así como una suplantación de lo natural que fue este trozo
de muralla, del que yo hace años me sentí dueño y señor.
Nada
que reprochar a estas personas que deciden pasar unas vacaciones con
nosotros... pero qué soledad sentía en medio de todos mientras me
rodeaban sin ningún asidero de memoria compartida.