10 abril 2023

DE VACÍOS, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez

DE VACÍOS, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez


Estoy viendo la procesión del Silencio, y entre otras cosas me fijo en el paisanaje que como yo está a ver la procesión, tan distinto ya él de aquel cuando yo era niño. Recuerdo aquella masa que abarrotaba las aceras de la Plaza, y aquellas mujeres tan tiesas, con sus velos a la cabeza, con sus fervores religiosos puestos a la vista de todos, y todo el ambiente envuelto entonces en dogmas, tan venerados como vacíos. Luego, en los años sesenta de la mano del quizá más famoso ministro de Franco, Fraga, vino el turismo, los viajes a Benidorm, y con ellos los ojos puestos en los biquinis extranjeros, en un pispas dejaron de serlo, para pertenecer a las nuestras y hacerse más presentes que las velas procesionarias en lo que se lo cuento.

Y es que detrás de la ortodoxia obligatoria había ansias de desencorsetarse, y se hizo sin pausas ni meditación. En este nuevo estar que vino de la mano que lo guiaba la del consumismo, dejó en la trastienda de Benidorm la “calle de los Ingleses”, que es un vacío ni ortodoxo ni libertario, sino más bien degenerado, que termina en cierta forma extendiéndose en la juventud en forma de botellón, aunque afortunadamente más moderado.

Pensaba todo esto mientras esperaba la procesión, cuando entran unas jovencitas ajenas a la procesión sin darse cuenta a la Plaza en medio de risas alborotadas, con sus vasos en la mano, y sus vacíos. Al verse en medio de la silenciosa Plaza con todas las miradas puestas en ellas prudentemente y en silencio se pierden hacia la calle del Toro. La mujer mayor que se sienta junto a mí en el banco queda pensativa ante la entrada de estas; adivino sus pensamientos, sé que recuerda todo lo que estoy recordando, y sin mediar comentario alguno, le digo: “tiene que haber algo en medio”, a lo que asiente con la cabeza mientras dice: “y tanto, ni lo nuestro ni esto”.

Seguidamente pasa la procesión con una puesta en escena realmente brillante, con un caballo blanco abriendo paso, en medio de un silencio respetuoso por los presentes (roto por el murmullo que llega desde varias calles adyacentes), unos capuchones relucientes, con cofrades en un número numeroso, dejando a su pasar, para según quién mira, un gusto por el sentir religioso o por la belleza de la representación.

Después, camino hacia casa, voy pensando en lo pensado, y cómo estos vacíos sirven para llenar el vacío que no hay manera de llenar. Ese, al que llegamos al pensar cuando ya no valen los discursos religiosos, ni las distracciones consumistas, y nos vemos solos y huérfanos de todo ante la inmensidad del universo, ese que contiene el otro vacío, el más inmenso que el mismísimo universo que lo hace sentir; ese no saber qué hacemos aquí la humanidad, ni por tanto de nuestra misión ni de nuestro destino, en medio de esta infinitud que ni abarcamos ni comprendemos, con la sensación de estar en ella sin ninguna respuesta ante nuestro pasar, lo que nos produce una orfandad infinita cargada de soledad y un vértigo insoportable, tanto, que no me extraña que aún sigamos tratando de refugiarnos en estos otros vacíos ya caducos, a los que por la falta de fuerzas para enfrentarnos a este, el verdadero y total, los hacemos aún útiles. Y es que el vértigo que da este vacío, el real, es tan infinito como el universo.