EDUCACIÓN AFECTIVA Y EMPÁTICA, por José Luis Puerto
En todo este último tiempo, no dejan de aparecer noticias, en los diversos medios de comunicación (periódicos, emisoras de radio, canales televisivos), relativas a comportamientos reprobables por parte de algunos de nuestros adolescentes, menores de edad aún.
Se nos habla de violaciones de chicas menores de edad, por parte de chicos que tampoco han alcanzado dicha mayoría. También de peleas, en ámbitos urbanos, a las afueras de centros educativos, entre grupos de adolescentes; cuando no de agresiones de varios de ellos a un compañero o compañera a quien se acosa y agrede, filmando tal acto violento alguien del grupo, para colgarlo en la red.
Tal tipo de prácticas agresivas, violentas, acosadoras, bestiales y deshumanizadas las tenemos ahí. Aparecen en nuestras pantallas televisivas a diario, como si fuera lo más natural del mundo. Y nadie parece darse por aludido, ni autoridades ni tampoco la ciudadanía.
A ello habría que unir otra noticia preocupante y es la de las tendencias suicidas de un porcentaje nada desdeñable de tal segmento de población, que se halla en el tránsito de la infancia a la adolescencia o de esta a la juventud.
Todo ello nos está hablando de una enfermedad moral de la sociedad en la que vivimos. Y, al tiempo, de una falta de una educación afectiva y empática de nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
Una educación afectiva y empática que ha de darse en el seno de las familias y también en el ámbito educativo. Porque lo que está ocurriendo y que acabamos de exponer muy sucintamente nos está hablando de una dejadez humana y social en tal tipo de educación que necesitan nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
¿Cuáles son las causas de tales comportamientos violentos, agresivos y marcados por el acoso, que tanto y con tanta frecuencia nos transmiten los medios de comunicación en este tiempo que estamos viviendo?
Acaso puedan ser algunas las de un escasísimo o nulo tiempo de convivencia familiar diaria, debido a las extenuantes jornadas laborales de los padres; o también las de una dinámica laboral marcada por salarios insuficientes para desarrollar una vida digna; o también la de vivir en una sociedad marcada no por los valores de la cooperación y apoyo mutuos, sino por una competencia feroz que hace aflorar comportamientos agresivos en el ser humano; otra de las causas podría ser la de esas series y esos juegos digitales que hacen primar la violencia, la destrucción, la aniquilación de los considerados adversarios. Etcétera, etcétera, etcétera.
Hemos de darnos cuenta de que tenemos ahí un gran problema social. De que es necesario impulsar esa educación afectiva, empática, colaborativa y de sintonía con los demás… entre nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
Es una batalla que no podemos perder, si queremos una sociedad sana, humanizada y marcada por la dignidad.
No podemos eludir este desafío que el presente nos está planteando.