24 enero 2024

Where the streets have no name (Donde las calles no tienen nombre), por Jesús María Domínguez

Where the streets have no name (Donde las calles no tienen nombre), por Jesús María Domínguez

Me viene a la memoria el título de esta famosa canción mientras leo con estupor las noticias publicadas en medios locales sobre el cambio de nombre de la Calle Comandante Che Guevara de Ciudad Rodrigo, calle en la que vivo desde hace 23 años.

Según se desprende de la noticia, el nombre de la calle debe despertar cierta comezón en la sensibilidad de algún vecino, que se “queja” (en el titular de la noticia viene así, entrecomillado) de la nomenclatura de la misma. Sin embargo, otros no hemos tenido siquiera la oportunidad de quejarnos; tampoco de manifestarnos ni a favor ni en contra, porque en ningún momento hemos sido consultados por el equipo de gobierno, que al parecer, ha tomado la decisión de forma unilateral e ineluctable, pues le asiste la razón de la mayoría absoluta.

Pero es evidente que, en democracia, cuanto más consenso, mejor. Y cuanto más cerca estén los políticos de los ciudadanos, mejor comprenderán sus problemas del día a día. Pero esto es algo que ya ha olvidado la ralea política, que vive en su propio mundo, donde lo que cuenta es ganar adeptos, conseguir votos, a costa de lo que sea, mantenerse en el poder. La verdad es que, con la deriva que se aprecia en la clase política (toda, sin distinción de signo o siglas), es fácil que se genere en el ciudadano la sospecha de si esta decisión obedece a la intención de echar una cortina de humo sobre alguna otra mal tomada, cuya trascendencia a la opinión pública se quiere ocultar o menguar. O de la posibilidad de que existan potentes influencias externas que, a modo de “lobby”, quieran manejar la voluntad de los demás, vete tú a saber con qué oscuras intenciones.

Pero, con todo, lo que me resulta más difícil de creer, es que el prurito que puedan tener algunos vecinos con el nombre actual, haya podido ser la causa instigadora del cambio del nombre de la calle. No sé si esos vecinos conocen bien el perjuicio que va a ocasionar a sus convecinos este cambio. Y ojo, porque tendrán que convivir con los perjudicados durante bastante tiempo. Lo cierto es que la calle en cuestión, de no más de 140 metros longitudinales, tiene, 6 bloques de 6 viviendas cada uno y, si no recuerdo mal, unos 19 chalets adosados. Por mucho que bajemos la media de residentes por vivienda, no podemos decir que se trate de una calle con pocos vecinos. Según lo publicado en salamancartvaldia.es, web a través de la que se informan muchos paisanos, el señor Alcalde, Marcos Iglesias, indica que el cambio puede generar un “estrago” a los vecinos. Esta palabra que mi buen amigo, el diccionario de la RAE define en su primera acepción como “daño hecho en guerra, como una matanza de gente, o la destrucción de la campaña, del país o del ejército” y en la segunda, como “ruina, daño, asolamiento”, quizá sea demasiado. Pero no cabe duda de que, hacer daño, hace.

Y no sé si los vecinos quejicosos han valorado hasta qué punto nos afectará este cambio, que no es sólo administrativo, sino que puede conllevar costes económicos, como puede ser el del cambio en el Registro de la Propiedad, coste estimado en unos 50 euros por vivienda.

Han de saber los vecinos afectados, que todos los cambios de domicilio, tanto en los documentos identificativos (DNI, carné de conducir, tarjeta de la seguridad social, pasaporte, etc), como en las propias administraciones públicas (AEAT, Seguridad Social, SEPE, organismos dependientes de la Junta de Castilla y León, REGTSA, etc.) son obligatorios y responsabilidad del propio ciudadano. La administración ya se ha cuidado muy mucho de eximirse de responsabilidad en estos casos.

Tampoco lo tenemos fácil en el ámbito privado, pues deberemos cambiar nuestros datos en contratos de arrendamiento, contratos de luz, de gas, de teléfono, de internet y demás suministros. Contratos de trabajo con emplead@s de hogar, datos de las comunidades de propietarios y en fin, toda una miríada de empresas privadas de comercio electrónico, a las que en su día dimos nuestros domicilios para recibir un determinado servicio o producto “declarando” (aunque en su día no fuéramos plenamente conscientes), que los datos suministrados eran ciertos y comprometiéndonos a comunicarles cualquier cambio.

También me gustaría hacer notar que el “error histórico” -que es como califican el señor Iglesias y la señora “B punto, B punto” o “BB”, a secas, concejala de cultura para más señas, al bautismo inicial de la calle- , fue responsabilidad del señor Javier Iglesias, con cuyo equipo gobernaba en 1997, si bien en minoría. No se puede atribuir, por tanto, a una imposición de “las fuerzas de izquierda”: fue una decisión tomada democráticamente, aunque seguramente hubiera alguna contrapartida, porque ya sabemos como se las gastan ustedes. Pero insisto, lo feo, lo antidemocrático, lo inicuo, es aprovechar la mayoría absoluta para imponer una voluntad totalmente desafectada de la de los vecinos de la calle, a los que no se ha dado, ni oficial ni extraoficialmente, audiencia. Legítimo, pero rastrero.

Por otro lado, creo que la decisión es oportunista, por anunciarse a dos semanas de la fiesta, teniendo en cuenta el nombre alternativo propuesto: calle Carnaval del Toro. Y sobre todo, precipitado, porque se ha dado a conocer en prensa tal día como el de ayer, con el pleno en el que se debatirá la propuesta del cambio, al caer. ¿Qué había costado, después de treinta años, esperar un par de meses, para que los vecinos pudiéramos valorar los pros y los contras debidamente y consensuar con nosotros la posibilidad del cambio?

Y aunque la razón me dice que no debo entrar a cuestionar dicho nombre alternativo, pues no es ese el problema (y seguramente, lo más sensato sería que opinásemos todos, vecinos de la calle o no), el sentimiento, como vecino de la calle que soy y por ende, de todo el pueblo, me empuja a dejar mi opinión sobre ello, pues según lo que he leído, el nuevo nombre sería “perfecto”. Ahí va.

Para empezar, la promoción de un bien cultural inmaterial, como es el Carnaval del Toro, no necesita una calle. Trasciende por sí solo, como debe ser con las buenas tradiciones, que se conservan por eso, por ser buenas, por ser humanas, por ser compartidas, por estar imbuidas de un espíritu que nos acerca y nos une. No, definitivamente, no es necesario. ¿Se imaginan ustedes la “calle de la Semana Santa” o la “calle de la Navidad”?

Por otra parte, la calle dista mucho de ser “perfecta”. Yo he comentado con varios vecinos en muchas ocasiones, los problemas que la organización del Carnaval produce en la calle. Es una calle sin salida y cuando, durante los encierros, las puertas de la entrada de la calle están cerradas, los vecinos estamos totalmente aislados, cruzando los dedos para que ninguno tengamos alguna urgencia que requiera la presencia de una ambulancia o de un camión de bomberos, porque no pueden entrar en la calle. Ahora que lo pienso, quizás una alternativa podría ser “calle del Encierro”. La supuesta perfección estaría más justificada.

Y por último, nadie desconoce que ya existe una famosa calle en Ciudad Rodrigo, en pleno centro de la ciudad, con el nombre de “calle del Toro”. Ya se podría haber aprovechado este ímpetu denominador para ponerle a esa calle ese nombre tan “perfecto”. Pero a lo mejor es que no teníamos suficientes cuernos. Pues yo, señores del gobierno, esta vez se los pienso poner.

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