03 marzo 2024

MONOPOLY MIROBRIGENSE, por J. Domínguez (vecino)

MONOPOLY MIROBRIGENSE, por J. Domínguez - Ateneo Virtual Mirobrigense

MONOPOLY MIROBRIGENSE, por J. Domínguez (vecino)

Dándole vueltas al recurso que voy a interponer contra la decisión del cambio de nombre de la calle en que resido, me doy cuenta de que últimamente no tengo otra cosa en la cabeza más que nombres de calles. Nombre curiosos, cómicos, justos o indignos, que se mantienen estoicamente a través del tiempo, a pesar de algunos políticos de turno, a los que, con la excusa de un exacerbado prurito moral, les falta tiempo para sacar una nueva edición del Monopoly de la ciudad o pueblo que les haya tocado gobernar.

Que por cierto, no sé si ustedes se acuerdan de este juego. Imagino que sí, porque es uno de los que cuentan con mayor número de jugadores (cerca de 500 millones hasta 1999 según el Libro Guinness de los records) y parece que también uno de los más vendidos en todo el mundo. Resumiendo, se trataba de un tablero cuadrangular cuya franja perimetral se dividía en unas casillas que figuraban ser calles de una ciudad, en las que el jugador debía construir casas que luego se convertían en hoteles, a fin de que los demás jugadores tuvieran que pagar por “usarlas”, cuando la suerte de los dados hacía que “cayesen” en una de ellas. El objetivo del juego no era otro que formar un monopolio de oferta de bienes raíces y arruinar a los contrincantes. Las calles variaban de precio, normalmente las más importantes eran las más caras y evidentemente, construir en ellas era también mucho más caro que construir en las de los barrios más humildes. Los nombres de las calles respetaban este principio, por ejemplo, en la última edición para España, las calles más caras eran El Paseo del Prado y el Paseo de la Castellana de Madrid, en contraposición con la Plaza de Lavapiés o la Ronda de Valencia.

Parece que la primera edición del juego salió en 1903 pero la base conceptual existe desde hace bastante más tiempo. Los psicólogos conductistas tendrían mucho que decir al respecto, sobre todo a partir de la versión llamada Petropoly, que básicamente era lo mismo, pero en lugar de basarse en la compraventa de inmuebles, el monopolio a levantar estaría basado en el “oro negro”. Incluso salió una versión que se llamaba Anti-Monopoly, figúrense.

En fin, era tal el éxito del juego, que muchos de nosotros nos construíamos nuestros propios tableros, con las calles de nuestro pueblo. ¿A que no adivinan cuáles eran las más caras en nuestra época? Acertaron: La Plaza del Caudillo, hoy Plaza Mayor y la calle Jose Antonio, hoy calle Colada. Siempre después de la calle en que vivía el constructor del tablero, cómo no. Y es que el nombre de la calle en que uno vive, es importante para él y no le gusta que se lo cambien.

En la época de la que hablo, se hacía difícil cambiar el nombre a una calle. Yo quiero pensar que la causa era, más que nada, debida al tiempo que llevaba puesto. Y todos se estaban quietos, porque a los que tenían que vivir en las casas del Monopoly de entonces, no les importaba el daño moral o emocional que pudieran hacerle estos nombres. Tenían otras cosas en qué pensar, claro.

Sin embargo, hoy el procedimiento se ha hecho mucho más sencillo. A saber: lo que diga el Alcalde. En efecto, la legislación estatal se lava las manos y salvo por la necesaria y limitante Ley de Memoria Democrática, el Alcalde tiene las manos libres para renombrar cualquier calle de la localidad. Se le pide, seguramente por guardar un poco las apariencias, que tenga en cuenta a los vecinos, que lo someta al pleno, que lo discuta un poco, que lo motive... pero la realidad es que no hay una norma que lo obligue. Brujuleando un poco por internet y dejándome mecer muellemente por las sugerencias googlelianas (¿se puede decir esto?), he visto que algunos ayuntamientos han publicado ordenanzas regulatorias de la nomenclatura de las calles, supongo que para garantizar queel uso de esta facultad del regidor, no se convierta en algo caprichoso. Quizás fuera el momento de crear una también para Ciudad Rodrigo. Estaríamos en la vanguardia del buenismo político, como cuando se aprobó en su día el Reglamento de Participación Ciudadana. Nadie lo respeta, pero ¿y lo bien que queda ahí publicadito en la web?

Bueno, y ahora que han dejado de reírse, vamos a lo serio. Dicen que el humor es una cosa muy seria, por eso, inspirado en el portentoso ingenio humorístico de mi admirado Luis Sánchez Pollack “Tip”, me siento capaz de imaginar cómo pudo desarrollarse la reunión en la que se tomó la decisión de cambiar el nombre de mi calle:

(..)
- A ver, propuestas.
- Calle del Antruejo Lúdico-festivo
- Eso no se va a entender...
- Pues Calle del Cabestro. O mejor, calle del Cabestrillo, como cuando te coge el toro y se te queda el brazo así...
- No lo expliques, que le quitas la gracia.
- A ver este: Calle del Comandante del Toro.
- Si, hombre y Carnaval de Guevara, no te giba.
- Coño, el que era bueno para los nombres graciosos era el Tip, el alto de los Tip y Coll.
- ¿Quién?
- Sí hombre, sí. ¿Dices ese que vivía contigo en la calle San Apapurcio de la Costrallaga?
- Jefe, dígale a este que no me falte al respeto.
- ¡A callarse todos! Se llamará calle Carnaval del Toro porque es el que más me gusta a mí. Y al que se me mueva, le meto una mayoría absoluta con la mano abierta, que se va a acordar del día en que se murió el dictador comunista ese del puro y la boina.
- Diga usted que sí, jefe. Menudo politicastro.
- Ah, Fidel. Haberlo dicho, yo creía que era el otro...
- ¿Qué otro?
- Pues el travesti ese del puro, Sarita Montiel, que me dijo mi abuela que era dictador comunista pero que nunca ejerció....
- Bueno, bueno, pues decidido. ¿Qué viene ahora?
- El ensayo para lo de las Águedas.
- Pues venga, los hombres que cojan unas servilletas y unos manteles y se vistan de lagarterana. Y que una de las concejalas que haga de Águeda Mayor y que reciba el bastón de mando.
- ¿Y nosotras?
- Hacéis de público y comentáis. Y en voz alta, que lo oiga el nuevo asesor y así puede hacerme un informe.
- Pero si no tengo ni ordenador....
- Ya, porque... ¡no hay presupuesto!. Y además, para tu puesto, no te va a hacer falta.
- Entonces....
- Entonces fíjate bien y luego me dices lo que sea. Venga, empecemos.

Hacen el paripé y las concejalas comentan:
- ¡Qué recato!
- ¡Y qué morigerado y didáctico!
- ¿Habéis observado la sutileza de la reificación intrínseca?
- Claro, hermosa. ¡Y qué fabulosamente tratado el espinoso asunto del antifeminismo subyacente!
- Je,je,je,je, ha dicho “fabulosamente”, o sea, inventado.
- Coño, que te he dicho que no lo expliques.
- ...
Y bueno, para finalizar, yo voy a aportar mi granito de “participación ciudadana” y voy a proponer algunos cambios en el tablero del Monopoly mirobrigense, siguiendo el ejemplo de nuestros queridos pastores ideológicos y esperando que los dados no me hagan caer en la cárcel. A ver cómo me queda:

Primero, la Calle San Juan, que se puede llamar calle de Correos o de los Banderines.
La calle Sánchez Arjona, calle del Parador. Y la plaza Dámaso Ledesma, Plaza de la Guarnición del Farinato.
La calle Cardenal Pacheco, calle Segunda de la Catedral y la calle Julián Sánchez El Charro, calle Primera de la Catedral.
La calle Madrid, calle del Barsa.
La calle Caballeros del Santo Sepulcro, calle de El Rebollar.
La calle Rúa del Sol, calle de Las Obras.
Y por último, la Plaza Mayor, que se llame Plaza de la Feria de Teatro de Ciudad Rodrigo, por eso de que está ahí el ayuntamiento.

Ahí lo dejo. Si ha gustado, por favor, hagan correr la voz.