LA HUMANIDAD MÁS FRÁGIL, por José Luis Puerto
¿Por qué han de ser vilipendiados esos niños y jóvenes, que llegan hasta nosotros, no acompañados, desde el horror de guerras y violencias de África? ¿Por qué han de ser exterminados tantos niños (y adultos, ay) palestinos indefensos? ¿Por qué ha de ser bombardeado un hospital pediátrico en Kiev, provocando de nuevo la muerte de inocentes?
Estas heridas de la actualidad nos siguen interrogando y no dejarán de hacerlo (parece que la población termina insensibilizándose ante la duración de los horrores y termina aceptándolos como algo que es indiferente), hasta que no dejen de producirse.
La humanidad, si de verdad lo fuera, tendría que ser un clamor contra la barbarie, contra la masacre de inocentes, contra la ofensa contra las víctimas, contra ese sacrificio, inaceptable e incomprensible, de tantos seres humanos, que solo tienen en su contra el no haber tenido suerte.
El haber venido al mundo en el lado equivocado, en el continente equivocado, en el país equivocado, en la familia equivocada, en la raza equivocada… Y todas estas ‘equivocaciones’ cómo las pagan, cómo se las hace pagar el mundo ‘no equivocado’.
Porque ¿en nombre de qué principios ese no querer acoger a los despectivamente llamados MENAs, con un acrónimo al que han convertido adrede en un insulto; ese quererlos criminalizar; ese querer –ay, esas propuestas delirantes e inhumanas– que las fuerzas armadas intervengan en playas y hasta en el mar y les disparen para que no entren? ¿Cómo quienes tales monstruosos e inhumanos argumentos utilizan, se arrogan encima el ser cristianos?
Qué fácil es meterse con la humanidad más frágil. Qué fácil es bombardearla, acribillarla, matarla, insultarla, criminalizarla. Y qué gratis les sale a quienes utilizan tales estrategias y argumentos (?) para, encima, captar votos.
Muchos españoles y españolas han sido emigrantes en Europa y en América. Han tenido que salir a ganarse el pan a países extranjeros (nuestro padre, por ejemplo, a Francia y Alemania, sucesivamente). Y, con las divisas que traían, levantaron España, la hicieron progresar, en los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado.
Y el país, nuestro país, no se lo ha agradecido en absoluto. Todavía no hemos escuchado, por ejemplo, en el parlamento ni en el senado, alguna voz que, a modo de homenaje, reconozca tal hecho que indicamos.
Algunos, al contrario, están todo el día con proclamas por los medios, por todos los medios, contra los niños, adolescentes y jóvenes africanos que llegan a nuestro país buscando acogida y dignidad.
Se les tenía que caer la cara de vergüenza. Y la iglesia católica no debería dejar nunca que quienes lanzan tales proclamas se llamen cristianos encima.
Es un deber moral, civil, ciudadano y, sobre todo, humano, de toda Europa recibir, acoger y tratar de integrar a esa humanidad tan frágil que llega hasta nosotros.
Como es otro deber, de la misma índole, que cesen las guerras y los acosos bélicos a Ucrania y Gaza. Y que se declare la paz.