Mientras por nuestras tierras más que llover nos llovizna solamente, eso sí, afortunadamente, visto lo visto por Valencia y Castilla la Mancha, en donde la deseada agua se vuelve tan indeseada por la desmedida manera en que cae, y por lo que con ello arrastra, que es todo: coches, negocios, carreteras, trenes, cultivos, casas y lo que es más grave personas.
En fin que no creo que ya nadie dude que estamos ante los peligrosos efectos del cambio climático, el cual no ha hecho más que aparecer, y del que lo peor está por venir. Lo cual a mí me asusta, pero sobre todo me entristece mucho cuando mirando a mis nietos me digo: “la que se les viene encima”.
También tengo presente a todas las personas, y a los medios que hasta hace no mucho, trataban primero de negar el cambio climático, y luego de minimizarlo. Así como los científicos que trabajaban en universidades dependientes a través de subvenciones de grandes corporaciones petroleras y otras, los cuales creaban informes con datos falsificados y decían dudar que el cambio climático existiera, al tiempo que negaban que fuera causado por las actividades humanas.
Lo peor de todo es que actualmente no ponemos a ninguna de las actividades que lo provocan al bajo ritmo que sería necesario para poder frenar el desastre. Es más, me temo que alguno de estos insaciables empresarios estén encarando el desastre no como una prueba para frenarlo, sino como una oportunidad de negocio en la que intervenir, como ya ha sucedido en otros desastres anteriores.
Y llegados a este punto, lo único que veo claro es que no tenemos arreglo, y que por tanto por ello sólo traeremos desarreglo, el que está ya amenazando como ser la posible causa de nuestro final.