SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (II): LA PERVERSIÓN DEL LENGUAJE (2024-2025), por Ángel Iglesias Ovejero
A propósito de la desfachatez que hoy, de un modo obsceno, exhiben los dirigentes de países considerados liberales y democráticos, como los Estados Unidos (I), conviene recordar que no resultan novedosos en Europa y concretamente en España, donde existe un espeso sustrato fascistoide, claramente visible, a poco que se escarbe, en el entorno de “Miróbriga”. No hace mucho un informante de Bocacara, hablando de su padre, que, según él, era derechista pero buena persona, añadía que esto era una excepción, porque la derecha es genéticamente mala y perversa. Por nuestra parte, a raíz de los trabajos sobre la memoria histórica, repetidamente venimos denunciando la perversión del lenguaje como un mecanismo al servicio de una tendencia a sacralizar la consecución del poder, sin reparar en los medios. Consiste en vaciar de sentido las expresiones de contenido progresista y democrático, para ocupar ese vacío con las ideas retrógradas de siempre: el supremacismo de la “civilización occidental” (inclusiva del integrismo católico en España), la discriminación racista, la xenofobia, la homofobia, la misoginia y, en general, la imposición de la norma y el orden social por la fuerza autoritaria.
En el glosario que acompaña nuestra publicación in fieri de las Croniquillas del verano sangriento, por el CEM, señalamos el papel que en esto juega la historia consensuada, que “reparte responsabilidades” en lo tocante a hechos todavía recientes al filo del s. XXI, y en concreto los de la Guerra Civil y de la represión franquista, en detrimento de la memoria histórica. Su efecto más notable y perverso es diluir la responsabilidad de los promotores y ejecutores de tales actuaciones sangrientas o de otro tipo, y la culpabilización de las víctimas. En este último apartado entran las expresiones como Algo habrán, o habrían hecho, coloquialismo oracional para culpar a las víctimas mortales y propiciar la impunidad o atenuar la responsabilidad de sus victimarios, en los testimonios orales de la tradición derechista. De este jaez son los eufemismos alusivos a las personas asesinadas republicanas o tenidas por tales (desaparecidos, paseados, daños colaterales, etc.), cuando no fueron fusiladas por sentencias dictadas en juicios sumarísimos, conforme a un código militar también pervertido, destinado a castigar el delito de rebelión (en que caían los jueces y adláteres, en aquella “justicia al revés”), después de ser calificadas de hordas salvajes o marxistas, masas, responsables de asaltos por haber entrado en fincas expropiadas o expropiables, conforme a la Reforma Agraria.
En la “historia consensuada” la responsabilidad de la Guerra Civil se pone (o también se pone) en la cuenta del bando republicano (que nunca fue una facción, sino el colectivo fiel al gobierno legítimo de la República, que no era un “intruso”), mediante el nombre antonomástico conceptual Anti-España / Antiespaña. Este ha sido aplicado en el bando nacional (integrado por quienes sí fueron propiamente facciosos o rebeldes) a todo aquello que se opone a las esencias castizas e integristas del nacionalcatolicismo. De su defensa se encargó el Glorioso Movimiento Salvador de España, bendecido por la jerarquía religiosa y laica como Cruzada; y sus víctimas o bajas sufridas en el frente de guerra han sido veneradas (mártires, santos, beatos, caídos por Dios y por España).
Por este relato (historia) suspiran hoy quienes votan a los partidos de extrema derecha e incluso de centro derecha, que les siguen los pasos, nostálgicos o mal informados del orden franquista, en que España era una, grande y libre, gracias a la tranca. Es más, en las redes sociales, utilizan o imitan el terror verbal de aquellos fanfarrones de antaño, que disfrutaban con los chistes del “gracioso” general Queipo de Llano (cuyas víctimas preferidas eran las mujeres libres) y lo mimaban, atribuyéndose hazañas macabras y expresiones malsanas o tremendistas, las cuales hemos calificado de hybris. Es un helenismo referido, en nuestro análisis de la represión, a la desmesura truculenta de los victimarios, enraizada en el odio y la vanidad, merecedora de castigo divino, porque son delitos que “claman al cielo”, en el simbolismo inherente a la construcción de la memoria histórica.
Lógicamente, aquí no aspiramos a imitar a estos fantoches, sino a tratar con cierto humor de asuntos graves o relativamente graves, pero por fortuna ya no tan graves como los de marras, o todavía no tan graves como esos con los que nos amenazan los esperpénticos Búfalo Vil y sus comparsas. Aquí nos atenemos a la llamada “teoría de la transgresión benigna”, que, como recordaba el próximo pasado día de Reyes el Taco Calendario del Sagrado Corazón de Jesús, tan recomendable y manoseado, se basa en los estudios del lingüista Richard Wiseman. Al parecer consiste en suscitar sensaciones de seguridad e inseguridad al mismo tiempo, un inestable equilibrio que parece difícil de lograr, pero en mi caso personal, casi por principio nunca estoy seguro de nada. Por ejemplo, conforme a lo anunciado (I), pretendo mostrar el lado ridículo de ciertos personajes y, para no faltar al respeto debido a las personas (aunque a veces resulte que no lo merecen), no suelo mencionarlos por sus nombres oficiales, sino por sus máscaras nominales. Es algo complicadillo, pero ya se irá viendo con el tiempo.
