30 marzo 2025

UNAS VIOLETAS DE MARZO, por José Luis Puerto

UNAS VIOLETAS DE MARZO, por José Luis Puerto - Ateneo Virtual Mirobrigense – Ciudad Rodrigo

José Luis Puerto
UNAS VIOLETAS DE MARZO, por José Luis Puerto

    ¿Y por qué no descender a las cosas menudas, a aquello que pasa desapercibido, pero en donde se encuentran una belleza y un consuelo que nos apaciguan, que nos dan sentido, que nos curan –si ello fuera posible– esa herida del existir?

        Sí, descendamos, miremos el mundo en torno, estos días en que la primavera comienza a dictar su melodía, esa canción de nuevas luces, de colores, de aromas deliciosos, de floraciones de árboles y de plantas, que se volverán exuberantes con los soles, tras tantas jornadas de lluvia.

        Y descendamos a una de las flores más humildes: las violetas. Prestémosles alguna atención; advirtamos en su pequeñez, pero también en sus formas logradas, en los contrastes de verdes y morados, en sus aromas minúsculos y embriagantes, una de las maravillas de la creación, ahí, a nuestro alcance, pese a que nos pasen desapercibidas.

Porque encima aparecen como silenciosas y hasta acobardadas, en lugares semiescondidos, en rincones no fáciles de descubrir, entre una hierba cuya altura las sobrepasa y, encima, como tapadas por hojas secas del anterior otoño.

Nuestra madre decía que las violetas cogían su virtud por San José y que la perdían por la Encarnación (o Anunciación). Esto es, se mostraban con todo su fulgor durante un breve tiempo (verdadera metáfora o símbolo de la vida), desde el 19 hasta el 25 de marzo.

No es extraño que determinados poetas se hayan fijado en las minúsculas, en las humildes, en las hermosas violetas, por la alta significación que transmiten, así como por su carácter tan evocador, para entonar un canto de celebración –a veces, también, con aspectos críticos y amargos– del mundo.

Así, el poeta berciano Enrique Gil y Carrasco le puso el título de “La violeta” a uno de sus más hermosos poemas, en el que, dirigiéndose a la propia flor, viene a pedirle que transmute en alegría su triste canto (“Flor deliciosa en la memoria mía, / Ven mi triste laúd a coronar, / Y volverán las trovas de alegría / En sus ecos tal vez a resonar.”).

La contemplación de la violeta provoca en nuestro lírico una sensación consoladora de alivio (“¡Qué de consuelos a mi pena diste / Con tu calma y tu dulce lobreguez, / Cuando la mente imaginaba triste / El negro porvenir de la vejez!”).

Y se imagina el poeta a esa amada (esa “virgen de los valles”) yendo a su tumba a depositar unas violetas (“Irá a cortar la humilde violeta / Y la pondrá en su seno con dolor, / Y llorando dirá: “¡Pobre poeta! / ¡Ya está callada el arpa del amor!”).

O Luis Cernuda, quien, en 1937, en que se celebraba el centenario de la muerte de Mariano José de Larra, escribió ese poema significativamente titulado “A Larra con unas violetas” (perteneciente a su libro ‘Las nubes’, 1940), en el que ofrece a nuestro escritor romántico “Algunas violetas, / Y es grato así dejarlas, / Frescas entre la niebla, / Con la alegría de una menuda cosa pura / Que rescatara aquel dolor antiguo.”

¿Cuál es el “dolor antiguo” al que el poeta se refiere? Larra había dicho que “escribir en España es llorar”, a lo que Cernuda, dando un paso más, afirma: “Escribir en España no es llorar, es morir”. Este es el “dolor antiguo”.

Pero el poeta, como cantor, se sobrepone y termina enunciando el alto destino del canto, como palabra de la tribu, como palabra para todos: “Es breve la palabra como el canto de un pájaro, / Mas un claro jirón puede prenderse en ella / De embriaguez, pasión, belleza fugitivas, / Y subir, ángel vigía que atestigua del hombre., / Allá hasta la región celeste e impasible.”

        Sí, de vez en cuando, hemos de descender, desde esa actualidad de ruido y furia, hacia estos otros territorios más consoladores, y más verdaderos, de lo callado, de lo pequeño, de lo humilde…, que es la materia de la que estamos hechos en realidad.