PROSEMAS VERDECIDOS, por Santiago Corchete Gonzalo
PROSEMAS VERDECIDOS
para ADENEX, siempre
- I -
A CABALLO POR VILLUERCAS
Solamente un caballo y soledad,
y siete veces amor para recorrerla.
Que el horizonte se apague y se encienda
sin otra compañía que una brisa,
algún trinar entre los robles
aún adolescentes,
el tamborileo de estos cascos, y un corazón
por dentro, también al trote alegre.
Que a veces los pastores, pocas ya,
rompan el silencio con sus gachas
tempranas, y con su inteligencia
afortunadamente incólume.
Que estas montañas me hagan más pequeño,
aunque siempre yo mismo;
que los torrentes alboroten estos ojos cansados
y estos oídos sucios ya de humanidad.
Que se aleje hacia el destierro
la estúpida podredumbre de la linea recta;
camino sin caminos, casa sin casas,
y una nueva amistad, por fin,
conmigo mismo:
la última.
- II -
VIENE A VERME
Palpita un doble agosto: uno a cada lado de mi piel.
La hora destruye los colores. No hay brisa.
Opacidad bajo las copas.
El ojo, el oído y el tacto se extravían en el calor.
Afuera eso.
Dentro, tropezones de esfuerzo por justificarme
de tanta pregunta manchada
con el desprecio a las respuestas.
En la encrucijada de ignorancia y cansancio,
madera yo, carcoma de la duda que enamoro.
Así me quiero: fugitivo de todo lo inmediato,
residente en el ciclo de los campos
y contemplando mi nombre vencido,
borrado.
Toda mi mentira, pues, al aire. Desnudo,
sin el dudoso traje del elogio y del desprecio,
y las cenizas de la memoria esparcidas
más allá del olvido.
Acabamientos que cansan del no existir
para casi nadie.
Y llego al borde de la caída sobre mi mismo,
pidiéndole el divorcio al quebradizo desasosiego
que incubo con entusiasmo.
Allí está mi clavo mas no arde;
sé que los árboles y cuanto en ellos se esconde me aman;
sé que estoy en paz y, sobre todo,
que viene a verme a diario
la tarde,
vestida con su mejor luz de amanecer.
