05 septiembre 2025

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXVI): “NUESTROS ARTÍCULOS” NO SE ENCAJAN “EN NUESTROS LIBROS” DE INVESTIGACIÓN (I), por Ángel Iglesias Ovejero

SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXVI): “NUESTROS ARTÍCULOS” NO SE ENCAJAN “EN NUESTROS LIBROS” DE INVESTIGACIÓN (I), por Ángel Iglesias Ovejero - Ateneo Virtual Mirobrigense – Ciudad Rodrigo

Ángel Iglesias Ovejero
SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XXVI): “NUESTROS ARTÍCULOS” NO SE ENCAJAN “EN NUESTROS LIBROS” DE INVESTIGACIÓN (I), por Ángel Iglesias Ovejero

Con la entrada en los recodos septembrinos del verano se recupera algo de la calma necesaria para valorar las publicaciones y actividades del Centro de Estudios Mirobrigense o de instituciones análogas. De algún tiempo para acá son tan copiosas que, a menos de leer a destajo, no queda tiempo para volver la vista atrás, en esta paradoja vacacional de agosto, sobre todo para las personas mayores “autóctonas”, en cuya agenda, la participación en jornadas culturales, presentación de libros, homenajes, campañas cívicas y colaboraciones diversas, matutinas y vespertinas, se imbrica en las ocupaciones de la gente joven o no muy madura, generalmente foránea y noctámbula, cuyo horario se ajusta al sugestivo lema: “Fiesta de noche y descanso de día”. Es tan castizo que debería estar subvencionado y declarado patrimonio inmaterial de la Humanidad, e incluso, por parte del cronista, merecerían un voto de confianza si se fueran con la música ruidosa, el baile y las libaciones, con sus secuelas, adonde se fue el padre Rosa (personaje elucidado en Iglesias, Diccionario, 2024: 487). Se admite que puede haber cierta reciprocidad en la desafección de quienes practican este modus vivendi y los “investigadores” aguafiestas, entre los que se cuenta el que esto escribe, que de dichos avatares suele salir con la cabeza caliente y los pies fríos. Tanto es así que, si de él dependiera, el agua sería bienvenida, mayormente para la extinción de incendios, aunque hubiera que sacrificar unas cuantas agotadoras fiestas agosteras.

Por otro lado, también se debe admitir que “nuestras investigaciones”, personales o en grupo, no siempre destacan por una profundidad abismal, sino que manifiestan una tendencia acumulativa y con eventual olvido de “nuestras” propias contribuciones en publicaciones periódicas. Sin embargo, vaya por delante que no se trata ahora de sermonear a quienes se han investido, laboriosamente, en trabajos colectivos de envergadura, para no hacer como el cura que se desahoga con los fieles asistentes a la misa porque otros no van por la iglesia. Ahora bien, conviene matizar que se aprende más de una crítica (o autocrítica) acertada y sincera que de los elogios oportunistas y superficiales. Para empezar, pueden venir al caso algunas observaciones sobre la Historia de Ciudad Rodrigo y su tierra, en tres volúmenes, publicados por el CEM (y el Ayuntamiento de C.R.) en otros tantos años (2021, 2023 y 2024). Como el tema es algo pesado, lo saltaremos en dos trancos.

1. Si dicha Historia fuera un árbol tendría forma de canuto más que de cono, con el grueso cepellón, el tronco alargado y extensible, la copa de ramas frondosas y dispersas, no exenta de tupida hojarasca. Esta percepción, a pesar de la aparente formulación lúdica y desenfadada, en modo alguno pretende desvirtuar los méritos innegables que atesora, empezando por el hecho mismo de ofrecer una visión de conjunto sobre la Ciudad y su entorno. Quizá el cronista tenga algún ignorado motivo que lo lleve a percibir una estructura arbórea en los seres vivos y portadores de nombres personales (autónimos) en la cultura hispánica, basándose en una socorrida metáfora que aflora en sus “árboles paremiológicos” (dos diccionarios y varios artículos). Como está muy lejos de los conocimientos de los especialistas en arqueología y geografía, encuentra demasiado grueso el cepellón de la prehistoria y casi de la historia antigua, en la que no percibe claramente unos antecedentes de la entidad histórica posterior (hispanidad, españolidad, ¿salmantinidad, o mirobrigidad?). Entiende, sin embargo, que la Tierra tiene su propia naturaleza y pasado (¿“historia evenemencial”?), como los seres humanos sus ascendientes. Sobre los habitantes de estos pagos y su cultura, como lingüista, no se ha aventurado más allá de las manifestaciones o razonables conjeturas de la toponimia y la documentación conocida hace un cuarto de siglo, de lo que, hace más de 20 años, dejó constancia en la “Breve semblanza histórica de El Rebollar” (Giraud-Iglesias, Cahiers du PROHEMIO, 2004), que los eruditos colegas no han visto.

2. El análisis de los materiales residuales de los tiempos remotos, inmemoriales, no resuelve, al parecer, la identidad de las agrupaciones humanas, que vagamente se vislumbran en la Toponimia y la Antroponimia. Por principio, la Historia es un gran relato que, geográfica y cronológicamente, aglutina numerosas historias (o microhistorias) en que se narran hechos y dichos realizados por agentes (considerados personas), identificados individual o colectivamente en una época anterior, eventualmente tributarios de una “memoria histórica”, vivida pero ajena, a no ser que el historiador sea agente o, al menos, testigo de lo que se relata. Los pueblos primitivos (no alfabetizados) memorizan su “historia”, pero esta, por definición, generalmente se fija en la escritura. Los arqueólogos analizan otros productos, que suponen saberes más o menos desarrollados, pero a menos que la epigrafía venga en su ayuda, no son muy fiables cuando proponen identificaciones nominales preexistentes (antropónimos, topónimos; ellos a veces han creado los cronónimos geológicos y prehistóricos). Los mismos historiadores de la Edad Antigua y gran parte de la Edad Media, quienes se basan en documentos auténticos (no necesariamente infalibles), se aventuran por el campo de la onomástica (con azarosos riesgos sobre etimologías y motivación). De hecho, hasta la Edad Moderna, seguimos sin saber a ciencia cierta qué realidad histórico-geográfica designaba Miróbriga, cómo se llamaba el asentamiento humano de Ciudad Rodrigo y quién fue el referente epónimo de este topónimo complejo.

3. El topónimo latino, de origen céltico, Mirobriga (compuesto de mers, ‘ilustre, famoso’, y briga ‘fortificación, población’) tiene homónimos en la Península: Mirobriga celticorun, en la antigua Lusitania, identificado con Castelo Velho de Santiago (región portuguesa de Alentejo); Mirobriga turdulorum (u oretanum), en la Bética, población ubicada en el término de Capilla (Badajoz); y Mirobriga vettonum, en la Vettonia lusitana, identificable con el asentamiento de Ciudad Rodrigo, por indicios augustales de los deslindes de la localidad con Bletisama (Ledesma) y Salmantica. En una de las inscripciones epigráficas se reconoce la raíz del topónimo en un probable etnónimo (Mirobrigenses, comprobado en otros homónimos de Mirobriga) precedido de otro término en latín que podría corresponder a la designación antigua de la Ciudad (Valuta). Esta teoría debió de promoverse con el descubrimiento de las tres columnas (1557). A. Sánchez Cabaña le dio el soporte de verosimilitud a la leyenda, decorada con no poca fabulación, que le llevaría a proponer Rodríbriga como alternativa de Miróbriga o Augustóbriga, en la deriva de Civitas Augustae y de soluciones onomásticas propuestas por otros historiadores y cronistas, que entre sus fundadores ancestrales incluían al rey Mirón o Brito, Augusto y Rodrigo (Iglesias 1996a: 223, 243-244). [La autoridad socorrida para estos topónimos es Mª Lourdes Albertos Firmat, “Los topónimos en -briga en Hispania”, Veleia, 7, 1990, 131-146].

4. Los avatares onomásticos medievales de Ciudad Rodrigo quizá remonten a una forma Agata / Agada, relacionada con el hidrónimo Águeda, conforme expusimos en los “apuntes para un esbozo de hidronimia serragatina” (Carnaval, 2006, 425-438). En la Plena Edad Media el referente hidronímico presenta un polimorfismo considerable debido a la declinación latina: fluvio Algada, fluvium Agade, Agadam, fauce de Agada, fluvio Algada; después río de Agada. Es probable que, ya de antes (s. VIII), en el sitio de la actual Ciudad Rodrigo se hallara el emplazamiento de Agata, que en la Crónica de Alfonso III se menciona entre las conquistas efectuadas por Alfonso I de Asturias (739-757) en una expedición militar que le permitió ocupar Viseu, Chaves, Agata, Ledesma, Salamanca y Zamora. Allí existía un monasterio dedicado a Santa Águeda (sanctae Agatae), donado por Fernando II a los monjes de Cluny (1169). Este hagiónimo motivaría, pues, el topónimo y el hidrónimo, hipótesis formulada en el Bastón de Ciudad Rodrigo (1770). Sánchez Cabañas (cap. XI) lo pone en relación con el orónimo sierra de Gata (“por hallarse en ella la piedra preciosa llamada ágata”), que también recoge el citado Bastón y desarrolla G. Velo Nieto (1956: 4, nota 4), suponiendo que toda la homonimia o paronimia referencial (hagiónimo, hidrónimo, orónimo y topónimo cacereño Gata) se resuelve con una hipotética iglesia en lo alto de la sierra de Jálama, dedicada a santa Águeda (de la que no se tiene constancia alguna). Para no alargar la compleja síntesis, preferimos la cita de textual (p. 434, con algún recorte):

En suma, no parece que Gata, nombre de sierra (orónimo) y de pueblo (topónimo), y Águeda, nombre de río (hidrónimo), deriven del mismo nombre de Sancta Agatha o Santa Águeda. Solamente el nombre del río remonta a dicho hagiónimo (< Santa Águeda). En cuanto al orónimo Gata, Antonio Llorente considera que, al igual que Jálama, es secuela de un étimo preindoeuropeo (Llorente M. 2003: 100), pero sin argumentar esta afirmación. Si no se quiere remontar tan lejos, podría pensarse en la metáfora gata ‘nubecilla’, que registra el primer diccionario de la Academia : “gata, la nubecilla, o vapor que se pega a los montes, y sube por ellos, como gateando, por lo que le dan este nombre”(Aut.: gata); pero otros prefieren relacionar Gata con el uso metafórico de gata ‘elevación’, análogo al del latín cápita ‘cabeza’ (Albaigès 1998: 279), correspondiente a una visión animada de las montañas o y alturas que recuerdan la morfología animal, de las que son testigos por estos pagos Cabeza del Águila (Robleda), El Espinazo (Navasfrías), El Lombu (en Robleda), etc. Ahora bien, si se puede dar por descontada la existencia de un étimo común para el hidrónimo Águeda y el orónimo Gata, no se puede ignorar la analogía de ambos significantes y el papel que puede haber desempeñado la paronimia en estas designaciones o sus derivados. Basta con señalar el enredo, verdaderamente lúdico, del río Agadones (Cespedosa) y el Agadón (Monsagro), afluente del Badillo, que a su vez desemboca en el Águeda (ant. Agada) y forma con el Burguillos (Agallas) el espigón donde se ubican las ruinas de Lerilla. Pues bien, este Burguillos también se denomina río de los Gatos, como si en términos festivamente etimológicos, se insinuara la posibilidad de que estos nombres de afluentes fueran derivados tanto del nombre del río Agada (> Agadón, Agadones) como del nombre de la sierra de Gata (> Gatos)”.

Sobre la etimología de Águeda y Agadones, se pronuncia A. Llorente en estos términos (cita, p. 436): “Esos dos hidrónimos (Águeda y Agadones) muy probablemente son de carácter indoeuropeo, pues se pueden remontar a un apelativo que signifique ‘agua’, ‘río’, con etimología semejante al latín aqua, gót. apa” (Llorente 2003: 112-113, nota 201). Y el autor del artículo formula, entre otras conclusiones, la siguiente (ibíd.):

“La existencia de un étimo prerromano indoeuropeo, relacionado con aqua y otras formas análogas, propuesta por Antonio Llorente, resulta tentadora y razonable. Pero no pasa de mera conjetura para una época remota de la que no se poseen datos fehacientes. Por otro lado, si tal forma se comprobara, habría que entenderla como una etimología remota sobre la cual ha operado, en definitiva, el nombre de (Santa) Águeda, que en todos los casos (incluido el antecedente greco-latino Agatha, que postula Menéndez Pidal) parece ser un motivo necesario para llegar al hidrónimo actual Águeda.

Esta es la razón por la que el río de Ciudad Rodrigo tiene nombre de mujer. Pero como la etimología es cambiante y tornadiza, la conclusión podría cambiar también, si se aportaran las pruebas de la existencia de otras formas antiguas, nobles y leales que vinieran a aumentar el caudal etimológico del hidrónimo Águeda”.

5. Los genealogistas, en efecto, manejan materiales nobles, acordes con la divisa de “antigua noble y leal” (lema heráldico de la Ciudad). Pero hasta ahora tampoco han dado con la tecla del epónimo fundador o refundador de la población, cuya designación latinizada ya era Civitatem Roderic, en la primera mitad del s. XII. Sin necesidad de una competencia específica, por mera lógica y consulta de manuales escolares, el candidato tradicional (en Sánchez Cabañas y otros), Rodrigo González Girón (hijo de Gonzalo Rodríguez Girón, nieto de Rodrigo Gutiérrez Girón, y yerno del rey Alfonso VI), resulta inviable, por falta de referente histórico en aquella época. Así que difícilmente habría podido asumir la repoblación de la ciudad del Águeda, por liviana que fuera. Tampoco se comprueba la posibilidad, entre otros homónimos portadores del autónimo: Rodrigo Fernández, Rodrigo Girón, Rodrigo González de Cisneros, Rodrigo García de Cisneros. Es el caso de Rodrigo González de Lara (hijo de Gonzalo Núñez, de incierta ascendencia), alférez de Alfonso VI, con cuya hija Sancha estuvo casado; pero de sus hazañas por estos pagos no hay constancia. El genealogista Luis de Salazar y Castro (s. XVII-XVIII) rechaza esta posibilidad, al tiempo que promociona la de Rodrigo González de Cisneros, cuya existencia otros niegan, a pesar del perfecto encaje de la leyenda explicativa del linaje de los Girón (Se non è vero, é ben trovato / ‘Si no es cierto, está bien compuesto’). Según la misma, este nombre de familia estaría motivado por la ayuda que dicho personaje habría prestado a Alfonso VI en la batalla de La Sagra (¿inexistente?, 1086,), donde el rey cayó debajo de su caballo muerto; Rodrigo le prestó el suyo para que huyera; pero en el cambio de montura el rey se hizo un jirón en la sobrevesta, que sería el motivo heráldico recordado en una conocida copla y, en este supuesto, de la sustitución de Cisneros por Girón en el nombre de este linaje (Iglesias 2018b: 222). Ahora habrá que esperar a ver si la hipótesis del conde Rodrigo Martínez (h.1090-1137), que en el segundo volumen de la Historia de Ciudad Rodrigo y su tierra se formula (2022: 94), queda confirmado con algún documento fehaciente.

[Como las apostillas resultan más largas de lo previsto, se continuará, si el Tiempo que corre lo permite]