SEPTIEMBRE, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Escribir ahora, una tarde no de un mes cualquiera, si no de septiembre, es un ejercicio de nostalgia en grandes dosis. Y por tanto, todo un riesgo y no chico.
Vuelan sobre mi cabeza días con luz propia, días de brillo y calor, mucho calor. Y ya se sabe, éste siempre atrae el deseo de amor, como la miel a las moscas. Los ratos con los peques de la casa, compartidos o vistos desde fuera con el mismo gozo que si uno fuera partícipe. Esas mil y una mujeres que han alegrado tu vida al mirarlas. Y esas largas tardes que añaden vida a la vida. Esos ruidos sin aparente sentido pero cargados de explosiones vitales. Esa puesta de sol entre el pinar, aún sin arder, de tu pueblo, esos reflejos plateados del atardecer que se resiste a hacerse noche en el océano, y esas ganas de vivir aún en medio de la maldad que no se toma vacaciones ni en estos días.
Ahora es septiembre, los niños están más recogidos, las tardes se hacen antes noches. Ellas están más tapadas y todos estamos más, como ya hace muchos años nos dijo la canción "en septiembre melancolía de ti", que cantó Peppino Dicapri, hace ya toda una vida.
Y tanto que así es, melancolía envuelta en recuerdos de cosas que acaso ni fueron, si no en visiones que nos hicieron soñar lo que podían ser. Melancolía por lo soñado más que lo vivido. Melancolía tan cierta como incierto es lo que provoca melancolía, por sueños más que por aconteceres. Melancolía infinita, como el universo, por lo que adivinamos y soñamos que puede albergar más que por lo que podemos abarcar a conocer. Septiembre, mes de la melancolía vital en estado puro.
Y yo aquí, escribiendo sobre ello, como si eso me librara de ella, y de la edad, que la aumenta al ver como no solo se va el sol del verano, si no viendo como con más prisa se va la trayectoria vital. Así es septiembre, melancólico y peligroso.