La
plaza bosteza frente al amanecer. Los días de noviembre, con su
encanto y policromía otoñal, son tristes. Veladores apilados descansan
junto a la indigencia pétrea de la acera sombría, hoy sin propina. Un
café. El café de madrugada es más que un ritual. La vi como la recuerdo
siempre en entretiempo: lenta, antigua, familiar. Aire fresco. Después
regresé hasta ser engullido por la nostalgia y el atasco. El ocre de su
luz deslumbra a mis espaldas.