La
impertinencia con su dolor irracional distrajo la atención y el niño
nació después. Veinte interminables minutos pasada la media noche y la
magia sacó de la chistera todo un instante de felicidad. Grandes
ventanales abiertos hacia la inmensidad y la pureza inocente. Simbiosis.
Veinte minutos condenados al olvido e indiferencia y toda una vida para
celebrar, cada año, un día más de fiesta.