QUÉ MALA, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Regresaba de darme un baño nocturno y solitario en la Pesquera, con el sol aún por Portugal vistiendo de rosa al fondo, y con la luna llena clareando la noche, el agua refrescante y la salida con un agradable aire que me secaba y acariciaba, todo lo cual me proporcionó un relax que no me pedía más que llegar a mi cama.
Llegando a casa, mira por dónde, la música y un murmullo vital que invitaba a todo menos a entrar en ella, y hacia ella me fui.
Un descafeinado con una porción de tarta en la ventana de El Horno de Peter me dieron fuerza para entrar en ambiente, es decir, a salir y meterme entre la gente, que distendida y alegre coreaba y bailaba. Todo un buen broche al maravilloso baño.
En ello estaba ahora bañado en música y gente, sin más pretensión que disfrutar viendo el goce del personal, cuando cercana a mí veo una mujer alta, morena, con unos ojos que competían en brillo con la luna llena y una alegría que manifestaba bailando de tal manera que me resultó todo un foco de atracción, y a él presté toda mi atención, mientras me dejaba envolver por la gente y acariciar por la música.
Con ese sexto sentido que tienen las mujeres rápidamente se dio cuenta de que estaba babeando con su presencia y su bailar. Ella correspondía, o eso creía yo, con alguna que otra pícara mirada. Y así uno y otro tema, entre lo que yo creía que era ya complicidad. Lo que en un momento dado me lleva a buscar ir acortando distancias.
Ella, que estaba al loro, como suele decirse, en aquel momento, se fue hacia un hombre que había permanecido tan cerca como fuera de juego hasta ese momento, y de un tirón lo llevó hacia ella para empezar a acariciarlo y besarlo, entonces yo frustrado, paralizado y algo irritado desaparecí de la escena con la cabeza gacha. Mientras pensaba qué iluso más tonto y... ¡¡¡qué mala!!!