La
barbilla permanece inmóvil sobre las manos que sujetan el bastón. Su
ausencia, entre el sopor y la vejez, cae bajo el martilleo constante de
los párpados cansados. Siente que el tiempo se le escapa al compás de
las campanas, como volaron los jilgueros huérfanos del álamo. Otro
enfermo terminal que tampoco quiso detenerse.