26 febrero 2024

ARRABALERÍAS, por Santiago Corchete Gonzalo

Santiago Corchete Gonzalo
ARRABALERÍAS, por Santiago Corchete Gonzalo

    Me siento obligado desde el comienzo a afirmar que siento muy poca devoción artístico literaria por la vida y obra del autor Fernando Arrabal, y, en consecuencia, modestamente considero que sus aportaciones a la literatura se hallan muy sobredimensionadas en ciertos sectores mirobrigenses, alguno de nivel institucional –séase los diversos alcaldes habidos durante los años democráticos ¿por qué será?- y algunos rodericenses que han alternado copas y ditirambos con el eximio autor durante los breves minutos que éste les concediera, dejándoles plantados con la palabra en la boca. ¡Ah los genios, qué graciosas piruetas paranoicas… provocan los excesos de alcohol y otros “humos”!

    El Villa Ramiro arrabaliano jamás existió salvo en la imaginación calenturienta de su autor: ¿qué visión real puede retener un zagal que lo vivió de seguido durante escasos cinco años? Cuán distinto “n/Delio” que pisó alamedas y murallas en el preardor de su adolescencia, acompañado de nombres femeninos hasta cumplidos los 18 años? En tales términos coincidíamos J. Tomé y este servidor en nuestra correspondencia hace de esto ya muchísimos años.

    Los vericuetos del intramundo literario hay que vivirlos para conocerlos siquiera de refilón. Y a veces hasta te pierdes. La triste realidad es que a F. Arrabal lo conocen muy bien los Ministerios de Cultura de Francia y España (por este orden). Aquí lleva una eternidad mendigando el Premio Cervantes y/o al menos el de la Princesa de Asturias. Ofrece a cambio una colección de cuadros de la vanguardia parisién de la “gauche divine” que están más desactualizados que el TBO. Un servidor tiene fundadas sospechas de que también haya ofrecido algunas de tales piezas-chapuza por acá, sea Villa Ramiro o la mismita Castilla-León que ya serás el despiporre.

    Si hasta los empresarios han añadido innecesariamente a la Feria del Libro el nombre F. Arrabal. Qué ignorancia señoras y señores, ¡¡cuantísima ignorancia!!