SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (VI): EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA CORPORACIÓN MUNICIPAL CARNAVALISTA, por Ángel Iglesias Ovejero
El objetivo de estas “chuletillas” no es, en modo alguno, dar lecciones de macrohistoria, sino, todo lo más, llamar la atención sobre algunos asuntillos que resuenan o podrían resonar incluso en los huecos de este rincón de “la España vaciada”, que es en gran parte “Miróbriga” y su entorno. Por ejemplo, hasta la diáspora en Francia está llegando el aparatoso eco del aniversario de un barullo que el año pasado se montó en “la antigua, noble y leal ciudad de Ciudad Rodrigo”, entre el 8 de febrero y el 17 abril de 2024. Entre esas dos fechas la Corporación municipal de Ciudad Rodrigo ofreció una excelente prueba de mal gusto, administrada con una ética muy mejorable. En la primera de ellas (08/02/24) el pleno del ayuntamiento aprobó el cambio de nombre de la calle dedicada al Comandante Che Guevara por el de Calle del Carnaval del Toro. A escala local fue una esperpéntica carnavalada de la que nos quejamos en este blog, sin que sirviera de mucho, porque en poco más de dos meses (14/04/2024) el odónimo en cuestión fue sustituido por la paganizante etiqueta.
¡Qué premura y qué discreción!
Sin duda debía de haber alguna buena razón y estamos esperando que llegue el aniversario del segundo y principal evento a mediados de abril, porque no tenemos constancia de que el presidente de dicha Corporación haya dado una explicación coherente de la ética y la estética de tal cambio. Según la leyenda urbana, una Voz habría bajado de la alturas, mediante la revelación de una persona mayor, quizá un guardia, quien, cansado de una aburrida jubilación o nostálgico de sus hazañas cívico militares, por las noches no podía conciliar el sueño, a pesar de sus presumibles y preventivas peregrinaciones a las ermitas de Baco. En aquellas ensoñaciones o pesadillas entreveía la vera efigie del Che Guevara, cuyo nombre figuraba en el callejero inmediato, como si fuera el diablo (¡Vade retro!). La responsabilidad de verificar la autenticidad de los hechos, en la hagiografía, suele correr a cargo del obispo, pero al de la diócesis civitatense le dieron vacaciones indefinidas las dignidades eclesiásticas y no ha vuelto. Así que, avisados los cargos municipales, harían laboriosas y nebulosas pesquisas, tras de las cuales siguieron el mandato de la Voz.
Así se consumó el desaguisado estético, que por tal fue tomada esta aberrante decisión entre vecinos y extraños algo sensibles a la poética o con una medianilla cultura, entre los cuales, sin falsa modestia, nos contamos. Cuando todavía estaba en su fase de gestación la aparente “inocentada”, conocida ya fuera de la fecha litúrgica de los Santos Inocentes (28 de diciembre), a finales de enero del año siguiente (28 de enero de 2024) participamos en los intentos de interrumpir o paliar los efectos de esta inesperada decisión. Entonces escribimos en este blog:
“Es una sorpresa muy relativa, por supuesto, dado el talante moderado que aquella [Corporación] había mostrado hasta ahora en asuntos espinosos de la memoria histórica, como este parece revelar. De hecho, en el contexto político europeo e incluso del “mundo occidental”, quizá no resulte demasiado extraña la patochada de quitar un símbolo revolucionario (como era Ernesto Guevara para los jóvenes de la generación de los años sesenta y setenta en el siglo pasado) a causa de este súbito entusiasmo onomástico por el Toro, dicho sea con todos los respetos por este noble animal, así como por el Carnaval, al que solo se le reconoce la referencia alegórica de un evento no muy lustroso moralmente hablando”.
Sobre este aspecto ético también reaccionamos, partiendo de nuestra experiencia y observación personal, recordando el arraigado sustrato franquista de la Ciudad, y ahora no sabríamos decirlo más claramente:
“En Ciudad Rodrigo se ha tolerado y cultivado la exaltación del franquismo desde la época en que oficialmente se daba por desaparecida la Dictadura. Estos es lo que indigna a algunos civitatenses que, como J. L. Sánchez-Tosal, reaccionan ante la injusticia comparativa que supone la permanencia de Agustín de Foxá en el callejero (desde 1963) frente a la previsible ejecución de la aludida carnavalada. Lo que pensamos de aquel personaje, en cuyo honor dejó de llamarse Paseo de las Madroñeras (entre otras denominaciones) la vía urbana que conducía a su finca (antiguo monasterio de La Caridad) lo dejamos por escrito hace algún tiempo en un breve artículo sobre los Nombres y símbolos de exaltación franquista: “Agustín de Foxá, de Conde a Facha, en el callejero de Ciudad Rodrigo” (Iglesias 2019a). En síntesis, ser buen escritor no hace de él un modelo de conducta (cofundador de un partido de vocación violenta que dejó un rimero de víctimas mortales, colaborador de la represión feroz, traidor al gobierno legítimo de la República). Su nombre, donde está, constituye una ofensa permanente para los descendientes de quienes por esa vía fueron llevados al matadero y una vergüenza para la memoria democrática. No es el caso del Che Guevara”.
Esto no sirvió de mucho, pero, bien mirado, el tratamiento que las autoridades municipales dieron al asunto confirma que la opinión vertida estaba lejos de ser obsoleta. Accesoriamente, con esta hazaña la Corporación, si no parece haber hecho honor al citado lema heráldico (“antigua, noble y leal”), podría hacerse acreedora al renombre de Carnavalista. Es un “blasón popular” que garantiza numerosas y enriquecidas rimas, aunque algunas arrastran connotaciones nada lustrosas (franquista, falangista, fascista, etc.), por aquello de las malas compañías y el paródico refrán de que quien a la ronca Voz se arrima malas rimas lo cobijan.
P. S. Para quienes no vivan inmersos en la realidad cotidiana de Ciudad Rodrigo, es necesario aclarar que la prensa digital del 8 de febrero de 2025 informó del robo de la ya famosa placa con la renovada dedicatoria al Carnaval del Toro. Desde Francia no sentimos la menor curiosidad por saber si la operación fue obra de algún intrépido activista, carnavalista o fetichista admirador de la tauromaquia. Así que:
¡A mí que me registren!