SIN ÉTICA NI ESTÉTICA (XVII): EL VALLE DE JAUJA, ¿ESTÁ EN VILLASRUBIAS?, por Ángel Iglesias Ovejero
Desde hace algún tiempo, en los medios de comunicación cercanos e incluso en algunas conversaciones, sale a relucir el nombre de Villasrubias, un pueblo del recóndito Rebollar, que hasta ahora forma parte de los territorios aspirantes a vaciarse en Castilla y León. Por lo visto y oído, las instituciones comunitarias parecen más bien inclinadas a allanar la desertificación demográfica, que, seguramente, consideran más rentable que no ocuparse de su mantenimiento en medio de la nada (sin política de natalidad, generalizada desasistencia, falta de servicios, lejos de hospitales, con apagones de la luz diarios, etc., etc.). Incluso cuando el progreso funciona a medias cuesta lo suyo. Les viene como anillo al dedo el interés mostrado por grandes empresas extranjeras en la extracción de “minerales, o tierras raras”, que se nos pintan como indispensables para la continuación del susodicho Progreso (¿hacia dónde progresamos y para qué?) y del sacrosanto Turismo. Así matan dos pájaros de un tiro (se ahorrarán gastos y conseguirán dividendos y prestigio ante otros países), a costa de estropicios en la naturaleza, el modus vivendi de bastantes vecinos (ganadería y explotación forestal). Las autoridades locales se han vuelto muy discretas, lo que no es de buen augurio, por lo que revela de estar a la espera de pescar en río revuelto. Algunos comarcanos (dueños de parcelas y presumibles conductores de máquinas) ya han mordido el anzuelo dorado (algunas centenas o miles de euretes) y otros inquietos. La mayoría andan perplejos o idos de la realidad, como quien se pasea por el limbo entre el sueño y la pesadilla. Nosotros mismos, a ratos, nos sentimos atraídos a ese espejismo de los laberintos oníricos, deambulando en las sombras, a ver qué pasa.
Cuando éramos chicos, contaba la gente vieja que el Pozo de los Moros (medio lleno de agua en invierno y solo de aire algo fétido en verano), se llamaba así por un motivo bien claro. Allí, fuera del tiempo y el espacio, vivía la Reina Mora. Era algo caprichosa y frescachona, que para eso era reina. Así que, en los calores caniculares, por un sendero cubierto de parras (algunos añadían que había alguna que otra todavía, pero sin uvas), bajaba a refrescarse en el Río Frío, de la cabeza a los pies, sin olvidarse de amollecer sus frondosas y nacaradas carnes (de lo cual se deduce que sus antepasados moros serían originarios de Suecia o la mismísima isla de Gotlandia). Pasaría el invierno aletargada, o sea, medio dormida o aburrida (porque no tenía parientes, ni pretendientes, ni sirvientes), en alguna morada hecha con canchales de oro, tomando baños de leche tibia de cabras o de burras, que se ordeñaban solas. Los que contaban estas cosas no explicaban las fuentes de donde sacaban tales cuentos (si las tuvieran no serían eso, cuentos). Así que tampoco se paraban a pensar si esta reina mora no tendría alguna prima hermana en Jauja, del otro lado del mar, donde hay un valle así llamado (Valle de Jauja). Allí, en aquella época (cuando no había españoles, ni indios, ni americanos, ni historia de gente semejante), corrían arroyos de leche y miel, y la ciudad estaba empedrada con quesos y turrones de almendra. Sobraba de todo.
Lógicamente, esto debía de suceder cuando había santos inocentes en el mundo y se creían todo lo que les contaban. Ahora, más bien, abundan voceros espabilaos, llegados de cualquier parte, aunque, concretamente, parece ser que quienes lleguen a ocuparse de los tesoros, por ahora en poder de los mangurrinos, son originarios de las antípodas. Esta gente, si tuviera las piernas bastante largas, podría rascarnos las plantas de los pies con los suyos. Más o menos, eso significa la palabra antípoda en griego. Tiene misterio su innata habilidad, porque, de ser cierta la redondez de la Tierra (una naranja grandísima) y estando tiesos en ella, no se caen para otros planetas, satélites y cometas. Sin embargo, la gente “enterada” da a entender que estos habilidosos forasteros no vienen para quedarse. Dentro del misterio que los envuelve, al parecer, es gente de paso (como los temporeros rumanos y los castizos gitanos). Con la ayuda de los primos autóctonos, se contentarán con escarbar en los suelos y subsuelos de Villasrubias y de otros serragatinos. Y cuando hayan explotado las minas, nos dejarán la mierda impura (el sábado pasado, en la manifestación de la Plaza, una pancarta lo decía con lenguaje cristalino: “La mina contamina”).
En la narrativa tradicional hay (o había) ejemplos muy instructivos sobre estas tomaduras de pelo. En El Payo sabían de una burra tan extraordinaria que, según sus nómadas dueños y promotores, cagaba pesetas rubias, de aquellas que valían su peso o más. Ellos mismos se encargan del prodigio, introduciendo previamente algunas monedas en la parte final del asnal intestino grueso. Los compradores, asentados en el convencimiento de su propia astucia, no perdían el tiempo en regatear y se quedaban con la burra. Para que la operación resultara más provechosa y rápida, en la pastura de la cena le pusieron doble ración de pienso. A la mañana siguiente, el animal se lo agradeció, generosamente, con la moneda que tenía a su alcance. Un copioso mojón, tan grande que no se podía abrir la puerta de la cuadra, de caballunas, muy bien moldeadas y muy adecuado a la credulidad de aquellos personajes que se creían listos y no lo eran. Bien mirado, la operación no fue del todo ruinosa. La mierda pura (caballunas, boñicas, cagajonis, gallinazas, e incluso pitorras humanas), mezclada con algo de paja, antaño era un excelente abono. Hasta los nuevos dueños de la burra estaban al corriente.
En Robleda, había un relato parecido, con una muñeca humanoide, sin duda precursora criatura de los seres inventados mediante la inteligencia artificial (IA). Nada más nacer hablaba o cantaba (¡Quiero cagar!, repetido), pero solamente para pedir el orinal, donde depositaba unas albondiguillas, tan bien gobernadas que estaban para comérselas, si no hubieran sido de oro en otros tiempos, y más tarde, de lo mismo que las presuntas pesetas de la susodicha burra, que el olor delataba (¡Golía que trascendía!). Estos robleanos o rebollanos ignoraban o no hacían caso de un sabio, aunque grosero, dicho proverbial: Comel comerás oru; peru cagal, cagarás mierda. Con más finura, en la mitología clásica y vulgar (fábula del griego Esopo, reelaborada por La Fontaine [s. xxvii)] y Samaniego [s. xxviii], la Gallina de los huevos de oro, se refiere a un relato etiológico en que se castiga a aquellos remotísimos antepasados, tan viejos o más que Adán y Eva. Como estos, además de avariciosos, eran curiosos (por no llamarlos mezuconis), y quisieron conocer la fuente, o sea la mina, de donde la palmípeda extraía aquellos preciosos productos, y se cargaron el invento.
En el Árbol paremiológico (2024, p. 43) se menciona otro avaricioso personaje. El rey Midas. Para quitarnos trabajo, y sin permiso de nadie, no resistimos a la tentación de copiarnos:
“Mit. Midas (740-696 a. C.), rey de Frigia, recibió de Dionisos / Baco el don de convertir en oro todo lo que tocase, que se convirtió en un regalo envenenado, al tratar de alimentarse. Halló remedio, lavándose en el río Pactolo, cuya corriente arrastraría oro en adelante, aunque no debe de ser muy caudaloso. En otra leyenda, intervino, inoportunamente, en un certamen de música entre Pan y Apolo, y por considerar que el primero había sido superior al segundo, este le obsequió con unas orejas de burro, sin duda para que afinara el oído. Los apéndices eran atributos tan vergonzosos que el rey procuraba ocultarlos a todo el mundo, con la excepción inevitable de su peluquero, a quien amenazó de muerte si lo revelaba. Pero este confidente, no pudiendo él solo con el peso de aquel secreto, lo enterró en un hoyo de la tierra donde, casualmente, crecían unas cañas, las cuales, con la ayuda del viento, lo predicaban en alta voz”.
Los ejemplos de esta clase se podrían multiplicar, porque el número de los tontos es infinito, según Salomón (u otro sabio), en la versión antigua de la Vulgata bíblica (Eclesiastés, 1.15: Stultorum infinitus est numerus), lo cual, obviamente, es imposible, porque además de los profetas, los evangelistas y los santos padres, habría que descontar a estos espabilaos, entre otros. En fin, para uso de los aspirantes a no pasar el tiempo chupándose el dedo, sugerimos como pasatiempo estas ingenuas preguntas, destinadas a los listillos autóctonos, vecinos o avecindados en el lugar:
¿Qué será de la salud de la gente nacida o por nacer de El Rebollar?
¿Cuánto valdrán las casas típicas o no, incluidas las “casas rurales”, cuando los experimentos mineros empiecen a dar sus frutos en el caserío de Villasrubias?
¿Piensan instalarse en este paraíso los empresarios e ingenieros del Tinglado Minero?
¿De dónde saldrá el agua
para el lavado del polvillo y adónde irá a parar después?
¿Se va a realzar la presa mal llamada de Irueña? ¿Se va a utilizar para inundar los barrios bajos de Ciudad Rodrigo, o regar con ella las huertas?
¿Apreciarán las reses mayores y los ganados medianos o más chicos, domésticos o salvajes, el saborcillo de estos los polvos de la Madre Celestina y el Padre Cucharón?
¿Crecerán mejor la hierba, los hongos del frondoso “parque micológico”, los robles, encinas y pinos (cada dos por tres invadidos de no se sabe muy bien qué plagas)?
Etc.
Si no hay respuestas coherentes para estas y otras preguntas análogas, lo mejor será encomendarse a San Pies…
P.S. Entre tanto, ¡Albricias!
La prensa digital informa del nacimiento de un niño, en Casas del Conde, al cabo de más de medio siglo. Algunos casi lo estábamos esperando desde entonces. Salvo error o malentendido, todo parece indicar que ha llegado al Mundo por la vía tradicional. Así que no hay que desesperar (¡Quien hace un niño, hace ciento!). Cuando pasen otros 50 años, los Mangurrinus, los Palerus, los Payengus, los Maganus, los Carruchinus y los Serranus tendrán nietos concebidos sin ayuda de la inteligencia natural. La IA los habrá reemplazado por otros perfectos y eternos, existirán en la estratosfera y por ahí, en sus aledaños etéreos…
