CAMBIO DE HORA. EL TIEMPO, por José Luis Puerto
Aparte de una magnitud física, el tiempo es también y sobre todo una construcción cultural humana.
El ser humano ha ido creando y afinando, a lo largo de los siglos, toda una serie de instrumentos para medirlos, los más conocidos de los cuales, usuales para todos, son los del calendario y el reloj. El primero recontaría los días, meses y año; mientras que el reloj sería el encargado de la medición de las horas.
Acordamos nuestras vidas, las de las sociedades y colectividades en las que vivimos, según estén ubicadas en uno u otro ámbito de la tierra, a los ritmos del tiempo, a los husos horarios que nos marcan los meridianos en los que se hallen los meridianos entre los que se halle nuestra ubicación espacial terrestre.
Estos días, cuando surge el debate en torno al cambio de hora, a si es mejor el horario de verano o el de invierno, a cómo tal cambio influye en nuestro comportamiento, en nuestro ritmo vital, en nuestra acomodación al ritmo del universo…, se vuelven a poner sobre el tapete estas cuestiones sobre el tiempo, que tanto nos influyen.
El polímata francés Jacques Attali, en un hermoso libro titulado ‘Historias del tiempo’ (1982), nos habla del tiempo de los dioses, del tiempo de los cuerpos, así como también de las máquinas del tiempo y del tiempo de las máquinas…, entre otras agudas y sutiles elucubraciones para trazar tales historias del tiempo.
Habla Attali de un doble tiempo que tendríamos que hacer posible y que conciliar (término hoy en tan boga; acaso, porque es una aspiración, más que otra cosa), para que la vida de cada uno y de todos sea lo más equilibrada posible.
“Conviene también inventar –indica Attali– un ‘Tiempo de la vida’, en las escuelas y las ciudades, organizadas para que en ellas se hable, se cree, se encuentren las personas de todas las edades de la vida. Crear también un ‘Tiempo de sí’ en el que cada quien defina sus propios ritmos … vivir el tiempo de sí antes que dejarse deslizar a lo largo del tiempo de los otros, tocar su propia música”…
En realidad, todos, más que por el año cronológico, nos guiamos por los cursos, que comienzan en septiembre y terminan en julio, con el verano como oasis.
Nosotros, como docentes que hemos sido, hemos acomodado la duración del curso a la de la semana, en una analogía que nos hacía más llevadero el transcurso temporal. Así, para nosotros, septiembre y octubre equivalen al lunes; noviembre y diciembre, al martes; al miércoles, enero y febrero; marzo y abril, al jueves; y, al viernes, mayo y junio. Entonces, julio sería el gran sábado y agosto, el gran domingo. Y a recomenzar de nuevo.
Elucubraciones sobre el tiempo. Nosotros, en nuestro primer poemario (‘El tiempo que nos teje’, 1982), proponíamos una utopía en torno a este eje que marca nuestras vidas, para volverlas más hermosas: “Tachemos los calendarios, / inventemos el tiempo.” Acaso, tal perspectiva tuviera que ver con ese ‘tiempo de sí’ al que Attali alude.
Pasamos al horario de invierno. Nuestro país se halla marcado, en el fondo, por dos husos horarios: el de verano, más apropiado para todo el levante; mientras que el de invierno, para toda la franja occidental de la península.
Soñemos,
sí, soñemos. “Tachemos los calendarios, / inventemos el tiempo.”
