UN ACIERTO, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Aquí estoy, una vez más ante el desierto del papel en blanco, con una parte casi resuelta y no la más fácil muchas veces, que es con qué llenarlo, y como en estas fechas resulta obligatorio, pues de la Feria del Teatro. O puede pasar la semana sin que se haga, aunque ahora ya todo haya sido hecho, dicho o fotografiado, y entonces ya tenemos la facilidad del qué convertida en la dificultad por el cómo.
Sólo se me ocurre una manera, buscarle los tres pies al gato, incluso aunque este no los tuviera, es decir, de lo que sin haber leído todo lo escrito, seguro que alabanzas, contemos pues lo que no es en ella digno de estas. Claro está, que siempre desde la mirada que sin duda es subjetiva, y por tanto, también prestada a no ser la de la razón.
En medio de mi trajín agosteño, añadido a que mi semana en este mes acaba los jueves en Ciudad Rodrigo, porque en estos parto para Sequeros donde me esperan mis nietos y su abuela, sólo pude estar en dos obras, más otra que nada más vi de lejos. Tuvieron algo en común, no se entendían. En la primera, la de la inauguración, Numancia, vaya por delante que todos comprendíamos de qué iba la cosa, la resistencia de esa ciudad a Roma, pero el expresarse de los personajes no fue posible captarlo, pues entre que el actor principal tenía en su voz una especie de acento extranjero y que la música perturbaba la audición de las palabras, nos quedamos la mayor parte de la obra adivinando lo que nos transmitían con sus expresiones corporales.
Más tarde, llamado por la figura de Saramago hago doblete y bajo al pabellón, estos días conocido como Espacio Afecir, y mientras paso del Teatro a éste durante un rato veo qué sucede en Bolonia, se proyectan unas bellas imágenes envueltas en silencio. Metido ya en Quién se llama José Saramago descubro que sólo uno habla español el resto lo hace en portugués, y por tanto, más que comprender sólo atisbo. Se trata de contar la vida de Saramago, con momentos estelares de este enlazados a su vez a momentos relevantes de su país. Después poco más, pues era imposible descifrar el pensamiento del Nobel portugués, sólo adivinar de qué podría ir.
Que el día, por un avatar u otro, fue de silencio en palabras, me quedó claro. Eso sí, las puestas en escena, los movimientos, la escenografía, las formas de danzar, en ambas obras fueron de diez, cosas que por sí solas merecían y justificaban el estar en la sala, donde faltaba la palabra. Ahora bien, el teatro sin la palabra, es como la tierra con un cielo sin estrellas, un lugar perdido, al que le faltan todos los puntos de referencia.
Sea por lo que fuera coló y sucedió, y al día inaugural de la Feria de Teatro le faltó la expresión máxima del teatro, la palabra. La pregunta es: si aunque todo fuera un conjunto de avatares casuales, parece como si quisieran apuntar o señalar como si estuviéramos ante un síntoma del mundo actual, donde el envoltorio es lo importante, y el contenido, como en este caso, la palabra, algo secundario.
Llegados a este punto el sorprendente resultado es que los desaciertos, sin buscarlo, se han vuelto todo un accidental acierto.