La
pena de los tontos es que no entienden el lenguaje enrevesado de los
listos, véase el desafortunado comentario de aquel iluminado quien,
con su lindeza y sospechoso arrepentimiento, se mofó de los que abonan
religiosamente las facturas de la soberbia. Lo más triste es que la
tontería pasa porque no hay más remedio que encender la mecha del vaivén
insolidario y pagar por semejante desatino.
El invierno anda
suelto y la mayoría del personal está que arde.