HABERLO CONSEGUIDO, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Estoy en estos días de puente, que la constante lluvia, los ha convertido para la mayoría en días “sin chicha ni limoná”, para deambular por las calles, que en estas fechas es el oficio principal y el de pararse a hablar con el venido de fuera, o simplemente mirarlos, a esa o ese que hace tantos años que no veías, y que encuentras ahora tan mayores, que te provocan el miedo al pensar que ellos te estén viendo igual a ti. Cuando esto ya no es posible, porque la lluvia no te deja ejercer de extraño en tu propia ciudad, porque esta se vuelve diferente, y no porque su histórico y personalísimo traje cambie, si no, porque los actores que en ella hacen su día son otros, pues los cotidianos, han cambiado su papel habitual, con lo cual la hacen distinta a ella, el llover constante rompe esto, y la vuelve diferente dentro de los días distintos, confusos, metiendo la gente en sus casas, llevándolos al estanque de la cotidianidad vía televisión, la cuál como siempre les cuenta lo de siempre, que los políticos riñen como niños maleducados, que llueve mucho y donde más lo hace, y “cómo vas de sólo Luis Enrique triste de tí”. Para después estar toda la tarde proyectando tan dulzonas pelis de Navidad como iguales todas, de las que lo más distraído terminan siendo los anuncios, eso sí, también de Navidad, y todos ellos con tonalidad extranjera en sus voces, para “darse más pisto” y aplacar nuestro complejo hacia el mundo que imita la voz.
Llega un momento en que este estar, se hace insoportable, y entonces me marcho de paseo, durante él viajo a ciudades lejanas, en las que estuve hace tiempo, y en las que vuelvo a recaer reencontrándome con sus plazas, y sus gentes. Aquel viejo que aún tenía esperanzas de una vida mejor, en la Praça do Rossio, en Lisboa, cuando la lejana Revolución de los Claveles, y de la cual me queda el recuerdo de su mirada puesta en la fe de un futuro mejor para sus hijos, y con aquella mujer que en el andén de la estación de Madrid nos miramos con una intensa curiosidad por primera y última vez, pues nunca más nos hemos vuelto a encontrar.
Después, cuando el cansancio ya me puede, me recojo, y como los días distintos del puente siguen siendo igual de lluviosos, ahora me voy a mi habitación, y allí en mi mar de libros voy tropezando con los ya leídos, de los cuales sólo algo recuerdo de cada uno, una frase, un personaje que recobra vida repentinamente, un mar violento que se tragó a todos los del barco, y también con los no leídos por falta de tiempo, los cuales me miran con la inquina que poseen los desatendidos. Alguno, dado el tiempo de que dispongo, lo saco de este abandono, ellos a cambio me regalan más de dos mil años de cultura.
Con este baño libresco la imaginación corre más fácil, los paisajes, las historias, y los personajes ahora habitan en uno, y es cuando las palabras dejan de jugar a esconderse para mí, y entonces, sentado en la comodidad del cuarto de estudio de casa comienzo de nuevo un viaje distinto, pero igual y desde él vuelvo a los sueños, y a las ciudades y a las gentes y a sus avatares. Esta vez lo hago desde la escritura, tratando de disfrutar con ello, a pesar del trabajo que casi siempre supone hacerlo, pues esto que ustedes ahora leen con facilidad, la mayoría de las veces ha necesitado del esfuerzo, tanto imaginativo y memorístico, como de la labor orfebre con las palabras apropiadas que tienes que buscar y encajar para mejor contárselo.
Así, con ello, yo trato de convertir estas tardes que acuchillan el día tan rápidamente, trayendo las noches tan deprisa y a las que si las dejas solas, sin vestir con algo, se vuelven de espanto. Para que ahora, al retornar a la rutina de los días iguales ustedes tengan un rato distinto mientras lo leen.
Esperando para ganancia de ambas partes haberlo conseguido.