DESATINADO SARCÓFAGO, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Aquella plaza hoy remodelada, era silenciosa, humilde, y si se me apura triste, pero era un lugar donde la escultura de Celso Lagar habitaba en ella plácidamente. Nada estorbaba nada, el silencio que le acompañó desde la muerte en el 57 de su compañera la escultora Hortense Begué, para él Hortensia, se hacía presente en la plaza, en la que vivía todo tan armonioso como cercano a su casa de Ciudad Rodrigo, de la que un día partió a París para hacerse lo que fue, un gran pintor, el mejor pintor del circo que nunca existió. Había también en la plaza soledad, la que a él tuvo al morir su amada Hortensia, hasta el punto de dejar de hablar e ingresarse voluntario en un hospital psiquiátrico donde permaneció ajeno al mundo hasta que su deuda tuvo que ser saldada con sus cuadros. Después murió en Sevilla cuidado por su hermana, y luego regresó entre nosotros al adquirir el Ayuntamiento unos cuadros suyos, al recuperarse su escultura y exponerse en la Casa de Cultura, y al poner una réplica en la plaza que lo vio soñar de joven con ser lo que luego fue, un grande de la pintura del siglo XX.
Ahora, se decidió renovar la plaza, donde andaba su espíritu y la reproducción de la Rosa del Thebas, y se ha hecho, me da, que con tan buena intención como desacierto, pues en medio de donde la han metido, con esas piedras tan propias de un camposanto como impropias de la plaza entre las que la Rosa no respira, él seguro que no se sentirá identificado con ese horror que hace imposible encontrar nada de lo que su espíritu representó, pues la han dejado encorsetada en un esperpéntico sarcófago, del que yo sé fijo que está deseando salir para llevarse de la mano a su Rosa y así escabullirse ambos de ese cementerio tan desatinado.