Nuestra madre, que vivió de continuo en los territorios de Dios (de la generosidad y de la entrega), rezaba a diario –y verbalizaba en voz alta sus intenciones, dentro de una enumeración que había recibido de sus antepasados– por la humanidad precaria.
Y ella, a medida que vivía y que advertía los males del mundo, incrementaba tal enumeración y pedía por los enfermos de sida, por los inmigrantes, por las víctimas de las guerras, por los presos, por los sin techo, por los hambrientos…
Al llegar estas fechas, en las que tantas gentes parecen querer salir de su normalidad rutinaria y situarse en un plano como más emotivo, más sensible, más extraordinario, bueno es que expresemos nuestros píos deseos, como nuestra madre los verbalizara, por la mejora de esa humanidad precaria.
Ya que las luces (en el barrio en que vivimos, no pocos de nuestros vecinos exteriorizan estas fechas con luces parpadeantes, con estrellas, con figuras navideñas…, como esperando no sé qué advenimiento) parecen constituir una vía hacia esos territorios de lo extraordinario, lo mismo que las migas ingenuas para los niños perdidos de los cuentos, bueno es que verbalicemos, a través de pequeños guijarros blancos, ese itinerario hacia un mundo mejor más humano y más justo, donde quepan todos y todas, donde no se discrimine ninguna de las perspectivas humanas que necesitan salvación y dignificación.
Porque ese territorio que estos días parece erizar la sensibilidad de nuestras gentes, no tendría que ser el del consumo ni el del boato, sino el territorio de la dignificación del mundo.
Y un primer pío deseo que habríamos de verbalizar en voz alta y sin ambages sería el de la paz. Que cesen las guerras, que cese el genocidio del pueblo palestino, que vuelvan los rehenes a sus casas… Que la paz sea la perspectiva de todos. Que levantemos la voz por ella los occidentales que estamos guardando tanto silencio todo este tiempo
Que cesen los racismos, las xenofobias, las agresiones y ataques a las mujeres, que la gente pueda tener una vivienda digna, lo mismo que un salario digno y un horario de labor que no esclavice a nadie… Que erradiquemos las hambrunas, injustificables en un mundo en el que se desperdician a diario toneladas y toneladas de alimentos.
Que los niños y niñas, así como todos los adolescentes, tengan derecho a la educación, que no haya explotaciones infantiles. Que la sanidad no sea un negocio, sino un servicio público. Que no se ponga en peligro la democracia…
Que… Podríamos pasarnos líneas y líneas enumerando infinidad de “ques” sobre los que hemos de tomar conciencia para realizar ese itinerario, orientándonos por estos chinarros blancos a los que hemos aludido (y a otros que nos quedan por expresar), hacia la dignidad de nuestras sociedades y del mundo.
El poeta Jaime Gil de Biedma titulaba un poema “Píos deseos para empezar el año”. Nosotros, hoy, al llegar estas fechas, sentidas por tantos como tan especiales, queremos también verbalizar nuestros píos deseos.
Busquen la acepción del adjetivo “pío” que aquí utilizamos, tan alejada de lo devocional, se llevarán alguna sorpresa.
Tengamos el coraje, en estos días, de sentir que el territorio de la dignidad de todos y de todas sigue siendo posible y alcanzable. Si nos da la gana.