LOS ESPIRITUALES: JOSÉ SABORIT, por José Luis Puerto
Hay una tradición poética mediterránea contemporánea que podemos decir que se inicia en dos prosistas alicantinos, con un incuestionable lirismo en sus respectivas escrituras: Azorín y Gabriel Miró. Se vuelve voz existencial y civil en Miguel Hernández, e intimidad si queremos cernudiana en Juan Gil-Albert.
Y llega hasta Francisco Brines, que la refunda y la convierte en escritura intensa, existencial y cósmica, en la que el paisaje y el ser se vinculan, se necesitan y se explican.
Es una poética clásica, humanizada, musical, luminosa y clara, física y metafísica, cotidiana y trascendente, meditativa e intensa… que continúa viva hasta hoy mismo, a través de diversas voces que, desde los novísimos, para entendernos (César Simón, Jaime Siles, o, después, el murciano Eloy Sánchez Rosillo), llega hasta poetas que crean en el presente, como José Saborit (Valencia, 1960).
Al leer el último poemario de este escritor valenciano, ‘Más vida’ (Pre-Textos, 2024), advertimos no solo que pertenece a esta corriente poética mediterránea, sobre la que acabamos de dar unas meras pinceladas, sino que pertenece a esa estirpe de creadores que nos gusta llamar ‘los espirituales’.
Hay, en ‘Más vida’, clasicismo, música verbal melodiosa, existencia y trascendencia, o, si se quiere, existencia trascendida. Percibimos, al leer sus poemas, vida verdadera, mundo propio.
Hay, ya desde el principio, una cierta actitud estoica, de despojamiento, de búsqueda de lo esencial, cuando de modo confesional nos susurra: “Con el tiempo, por fin, te diste cuenta / de que nada era tuyo / y poco a poco vas / devolviéndolo todo, / … / devolviéndolo todo / para emprender ligero, / sin lastre ni ataduras, / tu camino de vuelta, / quién sabe a qué jardín / sin dueño todavía.”
Un viaje odiseico de vuelta, ligero de equipaje, como pidiera el aserto machadiano; un viaje al origen, en el fondo, a aquel jardín del que fuéramos expulsados.
Pero hay, también y sobre todo, un intenso y sosegado amor por la vida, por los frutos (los cítricos…); por las cosas (el plumier o las tijeras del padre, que vincula el existir de su ser generador con el suyo propio); por el tiempo cotidiano (la mañana del sábado, por ejemplo); por los seres próximos y queridos…
Hay, sí, una hermosa nombradía, muy contemporánea, como en voz baja y en tono menor, por lo importante: aquello que queda –como expresa el propio autor– tras despojarnos de la hojarasca; en definitiva, aquello que “nos ilumina”.
Y hay una referencia de hitos, de señales, de pequeñas frases o citas de personajes relacionados con la vida del espíritu en nuestra cultura: el evangelista Lucas, Francisco de Asís, o también Christian Bobin, ese escritor francés de culto, que se nos ha ido hace poco.
Como también nos encontramos –en las dedicatorias de determinados poemas– la presencia de esa comunidad de creadores –a la que pertenece el propio José Saborit (además de poeta, pintor también de lejanías y de plantas)– que, hoy, siguen enriqueciendo esa tradición poética mediterránea contemporánea a la que aludíamos al principio: Juan Vicente Piqueras, Vicente Gallego, Antonio Moreno, el salmantino Víctor Herrero, Lola Mascarell, Antonio Cabrera, o, en fin, Carlos Marzal…
En
nuestra búsqueda de esa tradición de creadores contemporáneos que
nos gusta adscribir –desde nuestros propios parámetros– a ese
ámbito que denominamos ‘los espirituales’, hemos dado con José
Saborit, poeta y pintor, del que, hoy, por su interés para nosotros,
queremos dar noticia.