No hay sitio ni para las personas en las terrazas, ni para los coches en las calles. La aldea rebosa de todo y en todo. El puesto de chuches y juguetes de los niños, la iglesia de fieles, el teatro en el pregón de Moisés hasta la bandera. Por cierto, enhorabuena, que gran pregón diste, sin papeles, sólo tú y tu corazón ante los sequereños. La función de los niños rebosó en ternura y en ansias de más años en los abuelos de estos para seguir viéndolos crecer. La Plaza del Altozano al completo esperando la procesión, mientras los jóvenes están desaparecidos después de la noche que se les hizo de día.
Y así, aquí, como supongo en todos los demás pueblos, llenos estos días de vida y alegría, desocupados de los quehaceres diarios, de los negros nubarrones que amenazan con todo menos agua, danzando por y entre la vida con la ilusa alegría cuya única misión es provocar esta explosión curativa de todo y de nada.