RELEYENDO A DON MIGUEL – I, por Román Durán Hernández
Retornar a Unamuno es remontar una corriente clara, torrente a veces, pero con cada una de sus gotas atravesada. de luz. Aunque hacía tiempo que no lo leía, mantenía dentro de mí su tremendo y vivo resplandor, el centelleo de su hoguera española. Me era posible citarlo de memoria, sacar a plaza sus frases y sus agudezas, percibir incluso una parte de mis pensamientos y actitudes a él le han sido debidas.
No acabo de entender el semiolvido en el que ahora se le tiene, precisamente cuando muchas de sus ansiedades, intuiciones y zozobras se agitan, en carne viva, sobre el dolorido cuerpo de España. Es muy difícil referirse a sus ideas y paradojas, sin tener en cuenta su brillante y paradigmática naturaleza ibérica. Este bilbaino, vascongado enterizo de arriba abajo, sería durante medio siglo un testimonio y una bandera de las angustias y las presunciones del más elevado y conmovido espíritu español.
Don Miguel no se concedió jamás tregua alguna. No era hombre nacido para la quietud y la transigencia. Vivía en un desgarramiento perpetuo, persiguiendo a Dios dentro de sí en busca de una respuesta a su sediento anhelo de inmortalidad. La aspiraci6n a la inmortalidad se ceñía, en él, a formas muy concretas, a una perennidad en carne y hueso, a la pervivencia -en un futuro más allá de las edades- del Miguel trémulo y cavilante, bilbaino y español, autor de libros y padre de familia, para quien la existencia era una predeterminación de la eternidad hacia adelante, una peleada voluntad de cerrar el paso al absurdo de la muerte en su significaci6n más negativa.
Le exasperaba el horror de pensar en la consumación de su existencia. Y de ahí su tremenda batalla de cada instante para tropezar con una razón convincente, que le sacara. de la agonía de sus enardecimientos y de sus desesperaciones. Su descubrimiento de la obra de Kierkegaad fue, por ello, algo semejante al hallazgo de una carta de ruta. Imaginó haber encontrado un alma, una sensibilidad gemela, un precursor en su pelea por el agujero de luz en la oscuridad.
El "Sentimiento trágico de la vida" fue concebido como una Biblia, o mejor, como una "Summa” de la angustia, de su angustia, de la angustia personal del hombre Miguel, enfrentándose solo, en denodada soledad, con el orbe obsesivo de las dramáticas exigencias de arrancar una respuesta de hombre a las patéticas interrogantes de la ansiedad humana.
En eso tienen razón los existencialistas, en reclamarlo como su precursor en compañía de Kierkeeaard. Al subjetivismo dramático, al egocéntrico enriscamiento del hombre Miguel de Unamuno, soñador de su carnal eternidad, no le encuentro una mejor calificación que la de "miguelista", con su apetito de recrear en una especie de inmortalidad cotidiana -tratándose de Unamuno valen todas las paradojas- construida a base de los particularismos de su individualidad.
La lectura de sus ensayos y artículos recogidos en el libro titulado "De mi vida", nos ayuda a dilucidar las convergentes rutas del “miguelismo”. Las impresiones de su niñez y juventud apuntalan la idea de un Unamuno consecuente consigo mismo, que es lo que a él le importaba, y tesonero, en contra de las imputaciones de cambiante y caprichoso, que le propinaron quienes fueron incapaces de entender el hondo y duro drama que significó mantenerse fiel a sus constantes acosos y angustias.
Conservarse leal a las primeras acometidas e inquietudes del espíritu, a las iniciales inquisiciones de identidad, fue una de las unamunescas razones de marcha. Que le asaltaran, en el camino, la poesía o la filosofía, era para él cuestiones de sencillo encarecimiento. Con ambas se enfrentaba, partiendo del hond6n de su ªmiguelismomo". No supo ni quiso poetiza de otra forma. Hasta cuando se sumerge en la poesía religiosa o se acerca a la civil, siempre es Miguel, el forcejeador don Miguel quien avanza.
Esta. fe en la realidad subjetiva, le empuj6 a ideas muy específicas, a combates muy esclarecedores con sus criaturas, en cuanto a la creación literaria se refiere. Siempre imaginó el proceso creador como una encrespada agonía, como una vital y fecundadora beligerancia.
Pero eso será cuestión de otro comentario.
(II)