RELEYENDO A DON MIGUEL – II, por Román Durán Hernández
"Agranda
la puerta ,Padre,
porque
no puedo pasar;
la
hiciste para los niños,
yo
he crecido a mi pesar.
Si
no me agrandas la puerta,
achícame, por
piedad,
vuélveme
a la edad aquella,
que
el vivir era soñar".
Se cumplen 86 años de la muerte de uno de los grandes pensadores que ha dado nuestro país. Don Miguel, como tantos intelectuales, moría del mal de España.
Es muy difícil poder glosar en unos breves artículos la semblanza de un personaje tan múltiple y desconcertante. Y sobre todo libérrimo. No tolera que lo encasillen o clasifiquen. Que le pongan etiquetas. Se irrita incluso cuando lo llaman sabio o intelectual. “Aunque pienso por cuenta propia -decía- no soy ni sabio ni pensador. Soy un sentidor".
Lo que es incuestionable es que en Unamuno prevalece constantemente la preocupaci6n de Dios, el ansia de creer, el desconsuelo de descreer, la ardiente necesidad de la pervivencia, de la inmortalidad.
Mucho se ha escrito sobre la creencia y descreencia, sobre su ateísmo cerebral y su profunda y sincera inquietud religiosa, sobre su racionalismo desolador y su ardiente ansia de inmortalidad. Toda su obra está penetrada de un vivo y dramático anhelo de inmortalidad, de pervivencia. Se puede hablar de heterodoxia, a ratos, de Unamuno; pero habría que hablar siempre de su profunda y a tormenda religiosidad, de su sentido ético de la vida, de su rectitud y de su honradez, reconocida por cuantos lo trataron y por los testimonios frecuentes de sus escritos públicos y privados.
Se dice de é que cree, que descree, que contracree; que pasa de las afirmaciones más radiantes a las negaciones más atroces. Y es porque: hay en él una serie de Unamunos sucesivos, sinceros, complicados, incómodos, doloridos, exaltados, creyentes, que hablan por él, cada uno desde su ángulo de visión.
Se ha dicho de Unamuno que era pascaliano, y es verdad, porque si Pascal dijo aquello de que “el corazón tiene razones que la propia razón desconoce”, él, en repetidas ocasiones abomina de lo racional y se atiene a lo que le sale del corazón, que es, en definitiva, donde él encuentra el consuelo de un Dios que está necesitando y de una verdad que busca y que se le niega por la vía áspera de la razón desnuda. Porque Unamuno es, en sus mejores momentos, un ”cordialista” pascaliano, de fuerte tendencia paulina y agustiniana. Por eso, descansa y halla paz en la lectura de Santa Teresa, de Fray Luis y de San Juan de la Cruz.
Del corazón le brotan sus mejores razones e intuiciones y corazonadas magníficas, hasta que de nuevo le traiciona, no la fe, sino el orgullo, el espíritu de contradicción, que él mismo confiesa que le domina a ratos. “Sólo vivimos -dice en “Del sentimiento trágico de la vida"- de contradicciones y por ellas; como que la vida es tragedia y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperan za de ella; es contradicción".
Según el Padre Félix García -un dominico muy estudioso de Unamuno- lo que le falta a don Miguel es humildad, entrega , y él lo sabía muy bien. Pero estaba poseído de sí mismo y no renuncia a su engreimiento y a su postura beligerante con Dios y ante la razón y la vida.
En el fondo de su corazón y de su pensamiento, aun en las crisis de sus más profundas negaciones, siente una prevención anhelante de Dios. “'Lo que sucede -dice el Padre Dominico- es que no da un margen de confianza, de crédito suficiente a Dios; y le apremia, pero con orgullo; quiere polemizar con ÉL (léase Niebla) y hacerlo a su imagen y semejanza”. Dialoga con Él y le arguye, corno Job; pero no se le rinde como Job, que reconoce y acata sus designios secretos. Unamuno quiere que Dios tenga razón, pero quiere que la tenga porque se la da él, Miguel de Unamuno.
Lo dice claramente en un desconsolador y re velador artículo, que titula “Sobre sí mismo, pequeño ensayo cínico", en el que define bien su actitud “¿Que tengo el defecto -dice- de producir juicios demasiado excesivos? ¡Como que por eso parecen contradictorios! Dudo que haya un pensador más inclusivo que yo. Lo que pasa es que siento con tanta fuerza la verdad de cada extremo, que cuando expongo uno de ellos rechazo toda concesión al otro. De ahí que se produzca esa especial figura retórica -y no más que retórica- que llaman paradoja. Y yo, ya se sabe, soy, porque así me clasifican, un paradojista".
Creo que nadie mejor que el mismo Unamuno nos da pie, con sus textos, para reflexionar sobre los diversos Unamunos que es posible ir captando a través de sus obras. Él se afirma repetidas veces en una posición más antropológica que teológica, más poética que filosófica. Se revuelve contra los que le tildan de cerebral.
"¿Cerebral yo? ¡Si vieran lo que me molesta hasta físicamente el corazón! Acaso mi corazón esté en el cerebro. Yo mismo he inventado para los médicos amigos, que hablan de mis aprensiones, lo de la disnea cerebral, y suelo decirles: a veces siento que el corazón me oprime el cerebro. ¡Si supiera lo que ese yo me pesa, lo que ese yo me duele, lo que ese yo me atormenta!".
(I)