TE EQUIVOCAS EN TODO, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Contestación al artículo “Los señores comisionados”, de Román Durán
Si veinte años de lucha tu los consideras vida efímera reduciéndolos a un viaje a Madrid, te equivocas. Y en esta no se trataba sólo de expansión económica, sino, primero, porque había en juego vidas humanas. A Madrid fuimos muchos más que dos, todos vestidos con normalidad, y los gastos de los muchos desplazamientos fueron más las veces costeadas por nosotros que por los fondos de la Federación. Tan parcos fuimos en gastos que hubo un montante de sobrante económico que nos trajeron el problema de cómo dárselos a una institución benéfica toreando la ley que no lo permitía. No nos sirvió a nadie de trampolín político para ningún tipo de cargo, como tanto se dijo. Los periódicos tenían mucho antes un seguimiento de la Federación como movimiento popular que desde el viaje a Madrid, entre otras cosas porque desde alguno de ellos no conseguían asustarnos ni dominarnos. No nos doblegamos no porque fuéramos unos temerarios que no teníamos nada, pues presiones y acciones sufrimos que eran de temer y no pocas, pero ya no había macha atrás, hubiera sido una traición a todos los miles de gente de nuestra tierra que nos apoyaban tan generosamente y habían puesto toda su confianza en nosotros. Fueron muchas las reuniones cargadas de trampas y tensión de las cuales afortunadamente fuimos salvándonos. No nos saludamos en Madrid, precisamente con Feijóo, así como lo cuentas, sino desde la distancia y encontrándonos con las habituales triquiñuelas con el fin de que no se alcanzara nuestra meta.
De esta no fácil reunión, por el clima en que se desenvolvió, llegaron los millones necesarios para la creación del Centro de Especialidades. Por aquellos años también se consiguió la autovía a Salamanca, a pesar del mayor peso de ésta que nos dejaba solos y en inferioridad a su fuerza, pero una idea certera valió para trazar un plan, que desde AFECIR con el entonces presidente Liduvino Barbado al frente dio su resultado mucho antes de lo que hubiera sido esperado, por las presiones populares, de la que sabe bien Liduvino Barbado, que hizo que se construyera ésta antes de la que quería Salamanca a Madrid, cosa que hubiera retrasado años la de Ciudad Rodrigo y con lo que se evitaron muchas muertes. Tuvimos también por primera vez UVI móvil, con lo que ha significado este bien, pues a veces me cruzo con algunas personas que si esta no hubiera existido ya no estarían.
Ciertamente, siempre recordaremos a todos los implicados esos años de brega y lucha popular por algo que creíamos necesitábamos y era justo obtener. Por pudor nunca hablo de ello, ni cuento entresijos que nos harían crecer en la estima de todos.
Cuando todos y cada uno de los miembros de la Federación (Fernando, Justi, Manuel Bernoy, José Corredera, Jesús Hueso y Javi, Rosa y Paco de Fuenteguinaldo, José María y Luis de La Encina) junto con los ayuntamientos de los pueblos, las asociaciones de mayores, las asociaciones de vecinos con Felipe Sevillano a la cabeza, Victoriano Báez, Julia Garduño, Alfredo Ramajo, y la importantísima ayuda del obispado de Ciudad Rodrigo, y también la de la Asociación de Vecinos del Barrio de Buenos Aires con Emiliano Tapia a la cabeza, desde la cual teníamos colaboración jurídica a cargo del abogado Maximiliano Vallejo, María García sindicalista y el impagable, constante y sabio asesoramiento en materia de Sanidad, del para nosotros inolvidable José María Francia; pasen por delante de la unidad de diálisis, todos y cada uno, no podrán sentir más que orgullo de ver como una persona de cualquiera de nuestros pueblos de la comarca, lejanos de Salamanca, ya no necesitan levantarse a las seis de la mañana para volver, después de la paliza de dializarse, de noche a casa.
Te equivocas también en cómo escribes mi sobrenombre comercial, y mucho más te equivocas, no llamando por su nombre a José Antonio, dándole el apodo del “pescadero”, a modo de desprecio. Sí, eso fue, en su vida laboral, que empezaba a las cinco de la mañana, y terminaba cuando ya todo el mundo había comido. Y como él casi todos los miembros de la Federación PROSALUD supieron tener tiempo, paciencia y trabajo durante años para obtener mejoras sustanciales en aquello que tanto nos iba a todas las gentes de esta Comarca, la salud y la vida. Por cierto, que nunca hemos dado por cerrado el asunto, pues cuando hemos detectado algo llamativo hemos vuelto a aparecer, como cuando la desaparición de los aparatos de oftalmología. Cierto es que ya no nos enteramos de muchas cosas, pues cuando dejé de estar en el Consejo de Salud, para cumplir con la ley que no me permitía estar allí más tiempo, poco después fueron convocándose muy espaciados, restando valor a la representatividad de los colectivos e instituciones, pasándose la ley que obliga una periodicidad por donde ustedes están pensando.
Como verán, y verás, está todo muy lejos de ser un esperpento como se representa en el escrito, pues todo él es un equívoco. Te equivocas, por tanto, en disparar contra quienes defendieron la sanidad pública, con el mayor o menor acierto, pero con honradez, esfuerzo y ahínco. Te equivocas, pues cuando con ello tratas de desdibujar a quienes trabajaron altruistamente en favor del bien común, haciendo así el caldo gordo a quienes nos lo niega y quitan. Y te equivocabas también y mucho, cuando me dices: “a ver si lo publicáis”, reincidiendo en ello en la terraza delante de una persona cuando yo te había dicho que sí lo haría, pues este blog, del que soy titular, es serio. No obstante, tú reincidiste y diciendo: “entero, y si no nada”, y yo te contestaba, “se publicará”, pero te equivocas, y te decía esto no por temor a lo que pudieras decir de nosotros, sino como intuía de qué iba por salvarte a ti de ti mismo.
Te equivocas, por tanto, en todo, con la publicación de este artículo, por cierto, tan igual a otro escrito por uno de nuestros famosos escritores del siglo pasado, cuando se viajaba sólo en tren, se tenían las reuniones con frac y las muelas se las orificaban allí.
Cuando he escrito estas líneas, lo hago con la tranquilidad y la satisfacción de haber trabajado por el bien tan preciado de la salud de todos y para las metas que se alcanzaron. Otra cosa es que las destruyan, como está sucediendo actualmente, con el silencio de nuestras autoridades locales.
La Federación PROSALUD, José Antonio y yo sabemos dónde hemos estado, cómo, por y para qué se hizo; pero de dónde, por y para qué del equívoco de este escrito, tú sabrás.
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[Artículo actualizado, 8 de octubre de 2022, a las 13:30 horas]
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Aprovechando las dulzuras primaverales, coincidiendo por lo menos con ellas, un crecido número de provincias española ha enviado a Madrid comisiones para la solución de infinidad de heterogéneos asuntos. La abundancia de viajeros con misión oficial es tan grande, que obliga a reconocer el prestigio de que aún goza esta vieja manera de perder el tiempo. Y esta misma extraordinaria concurrencia de comisiones invita a parar un momento la atención en el transparente psicología de estos microorganismos de vida tan efímera como inútil.
Un día se percata un pueblo de que su expansión está en unos kilómetros de vía férrea o de que su porvenir consiste en el abaratamiento de unas tarifas. Algunas cartas cruzadas con el diputado no han tenido una contestación categórica o no han dado el fruto apetecido. Entonces se conviene en alguna sesión solemne la apremiante necesidad de ir a Madrid; el Ayuntamiento o la Cámara de Comercio paga los gastos. Cinco o seis señores, radiantes, realizan el sacrificio de meterse en el tren y de ponerse en camino para la Corte. Ante las maletas que esconden las levitas de moda fantástica, tanto tiempo en sosiego en la placidez provinciana, los comisionados estrechan la mano de las gentes que los despiden. Tienen un gesto decidido y jurarían todos en aquel momento que la felicidad de la provincia va entre sus manos pecadoras, y que su empresa tiene más resonante trascendencia que la que llevó a unos héroes al inexpugnable jardín de las Hespérides.
El presidente –siempre un señor de cierta edad, casi siempre con lentes de oro, invariablemente un ex alcalde o un candidato a la alcaldía– no ha creído de más prometer desde la ventanilla del vagón:
-¡O traemos la carretera o me voy a mi casa!
Desde aquel día, los periódicos de la localidad abren una sección nueva: ‘Nuestra Comisión en Madrid’. Por regla general, el primer telegrama contiene sensacional noticia de que los expedicionarios llegaron bien y se han hospedado ya en el Hotel Palace.
La labor de la Comisión comienza a realizarse, agobiadora, desde el siguiente día. Los comisionados visitan al ministro que tiene inmediata jurisdicción en el asunto, y al director general, y un día al presidente del Consejo. Algún periódico de Madrid reproduce sus lamentaciones en un suelto que se titula: ‘Una ciudad en el olvido’; oros, fotografía a los comisionados al visitar la casa de fieras o viendo caer la bola de Gobernación.
El ministro, hombre habituado a estas maneras de solicitar, ha tenido la habilidad de aprenderse los nombres de los cinco o seis señores, y en la segunda entrevista los aluda ya con cierta familiaridad encantadora:
-¡Hola, Pérez! ¿Qué tal, señor Gómez? ¿Gusta Madrid?
Y el presidente tiene ocasión de observar:
-¡Oh, ya lo conocía!... estuve aquí por el ochenta y cinco.
Al fin, en la ciudad, donde sus pasos son seguidos ansiosamente, se recibe el último telegrama optimista:
‘El ministro ha prometido…’. ‘Los próximos presupuestos…’. La ciudad arde en júbilo. Los comisionados emprenden el regreso y, como el correo llega muy de mañana al pueblo, se apean en cualquier estación inmediata para entrar en el mixto a media tarde, cuando la apoteosis puede ser más brillante.
Después, en el Ayuntamiento hay un lunch; se pronuncian discursos; se vacían los sacos de promesas, que no se ven nunca exhaustos. El ferrocarril directo, el puente, la rebaja de tarifas, un cuartel…, ¡una locura! El presidente, al fin, desmontará sus gafas de oro, dejará sus notas sobre la mesa y limpiará los lentes diciendo:
-El pueblo dirá, señores, si hemos cumplido nuestro deber.
Y más tarde, asomado al balcón de su casa, no podrá resistir a la tentación de recomendar que se disuelvan en orden los grupos que le han acompañado, vitoreándole.
Luego… pasará un año, y en los presupuestos no habrá consignación para el puente ni para el tren, ni habrán sido rebajadas las tarifas de este o de otro artículo, y de todo aquello no quedará más que un número del ABC, cuidadosamente guardado, donde aparecen los comisionados en una borrosa fotografía, y el recuerdo de Pérez o de Gómez, que dirá, en toda ocasión, en el casino:
-Pues esta muela me la orifiqué en Madrid cuando lo de la Comisión…
Y pasados dos años, saldrá una nueva representación popular para la Corte”.
Wenceslao Fernández Flórez
19 de junio de 1914
(Obras Completas, tomo VIII, pp. 77-79)