Tendríamos que propugnar con más frecuencia lo que podríamos llamar una cultura del entendimiento. Tal cultura habría de basarse en la tolerancia y en el uso pacífico y civilizado de la palabra; un uso comprensivo que, para ser eficaz, necesita también de la escucha, así como del estar abiertos a las perspectivas de los otros.
Todo eso es lo que percibimos cuando vamos leyendo los diversos libros de epistolarios que, desde hace años, se publican de los escritores exiliados españoles, tras la guerra civil. Se está realizando una labor investigadora ejemplar, acompañada por una labor editorial no menos meritoria.
Pedro Salinas, en su hermoso y desconocido libro de ensayos El defensor, dedica uno de sus capítulos, el primero de ellos, a la “Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar”. Es verdad que la correspondencia escrita se la ha llevado el viento de los nuevos paradigmas tecnológicos. Pero cuánta cultura del entendimiento, del diálogo, de la tolerancia desprende la correspondencia de nuestros escritores exiliados.
En la que leemos, titulada Y así nos entendimos (Correspondencia 1949-1990), entre la pensadora María Zambrano y el pintor y escritor Ramón Gaya, no dejamos de asombrarnos al comprobar cómo un espíritu moderno y humanista, con una gran asimilación e interiorización vital de la cultura europea, recorre cada una de las cartas entre ambos interlocutores, y entre otros, de los que también se incluye alguna misiva.
Por ejemplo, el 25 de octubre de 1957, José Bergamín escribe desde París a María Zambrano. Y le indica que le ha llegado su carta, “tan maravillosa para mí”. Y le recomienda: “Tienes que escribir cartas … muchas; un Epistolario completo. Será tu obra maestra. Cartas en que te abandones por completo: en que te dejes ir, a tu sentimiento y pensamiento.”
No es extraño que a José Bergamín le resultara tan maravillosa la palabra de María Zambrano, cuando se abandona a su sentimiento y a su pensamiento. Es justo ese mecanismo pensante y creador el que ha dado lo mejor de la obra de María Zambrano. Por eso es nuestra más importante pensadora contemporánea.
¿No habríamos de poner un ejemplo de ese abandono epistolar de María Zambrano a su sentimiento y pensamiento? En una carta, que le escribe desde Roma a Ramón Gaya, el 13 de septiembre de 1958, aparece un párrafo que parece estar escrito para hoy mismo, que parece da en el clavo de lo que somos.
“He visto algunas cosas claras en este tiempo. Por ejemplo: que los italianos se pierden en la belleza o en la práctica … Que los griegos no se perdieron en la belleza y, sin embargo, solo el amor los salvaba. Que los italianos no se pierden jamás en el amor y por él se han salvado: Dante, sus santos: Francisco, Catalina y otros menores.
“Que las gentes del Norte se pierden en el amor; que el Amor es perdición que arrastra en la Mitología del Mediterráneo del Norte –Tristán e Isolda– y salva en la del Mediterráneo sin más.
“¿Dónde nos perdemos los del Mediterráneo? En la belleza a veces; en lo práctico, otras. En la nada, los españoles”…
Pero todas estas palabras, iluminadas e inspiradas, –no en vano María Zambrano es la gran creadora de lo que ella llama la “razón poética”– buscan los caminos del entendimiento, de una cultura del entendimiento, en la única que podemos –todos– salvarnos.