CASI TODA UNA VIDA, por José Luis Sánchez-Tosal Pérez
Llego a comer algo tardío, cuando ya pasan grupos de jóvenes a la Caridad. Entonces me doy cuenta de que es San Blas. Van alegres, desenfadados, con ansias, y cargados de una inocente ilusión en los ojos.
Esto me transporta a mi relación con el día y el lugar, me veo en la Caridad siendo muy niño con mi padre y Julio Moriche, están asando un chorizo con vino a la brasa en una lumbre, cuyo sabor no he olvidado aún. Algún año más tarde voy con los amigos en el carro de Tato, en el que todo eran cantares, fiesta y jolgorio. No mucho después, al regreso, andando, ya algo anochecido cogí de la mano a la chica que me gustaba, la emoción del momento aún está en mí.
Después vinieron los años de almuerzos con cientos de comensales en el claustro del monasterio con Ferino al frente, las autoridades girando en su entorno para darse un baño de masas, al tiempo que los bailes de tamboril con mucha, mucha, panceta. Más tarde, alguna visita con los hijos; un día al regreso contó mi hija a su madre que había estado en la Caridad pero que no había visto a la Medes. Pasado un tiempo ellos van solos y yo también, hago una visita más bien de espectador en la que pasan ya para mí todos los San Blas iguales uno tras otro. Y casi seguido ya hoy, que no me animo a ir por pereza y por temor a no pegar en el paisanaje fiestero.
Ahora, mientras descanso en el sillón de casa, pasan ante mí los San Blas vividos como las escenas de una película, y al final de esta, ya es hoy, en el que ya ha pasado como se suele decir toda una vida, y al decir esto me asusto y me revuelvo y me resisto diciéndome a mí mismo: “no, no, aún no, sólo casi toda una vida”.